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Prólogo
Nubes grises cubrían el cielo. Bloqueaban la tenue luz y hacían que fuera confuso saber si era de día o de noche en el momento.
No. De hecho, lo que le confundía no eran las nubes oscuras, sino la maldita mujer que tenía delante.
Con las manos temblorosas, Arthurus Kloen sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo interior de su abrigo y se llevó uno a la boca.
Clic, clic.
Este maldito clima y esta maldita mujer.
E incluso el maldito encendedor.
Por desgracia, en el momento en el que más desesperadamente necesitaba un cigarrillo, el encendedor Zippo no encendía.
Intentó hacerlo con desesperación, como si fuera a morir si no fumaba de inmediato, pero no sucedió. La lluvia cayó de aquellas nubes oscuras.
Mientras las gruesas gotas tiñeron la prenda azul marino que llevaba puesta a un color oscuro parecido al negro, Arthurus acabó tirando el cigarrillo y el encendedor con una dura maldición.
—Arthurus.
Arthurus intentó no mirarla. Sentía que no debía mirar a aquella mujer que nublaba sus sentidos, ahora que era difícil distinguir entre el día y la noche.
—Arthur.
Huir es de cobardes. Sería más honorable morir abatido por el enemigo.
Hijo de un soldado, nació y vivió como uno, y ahora fabricaba armas para soldados; eso es lo que a Arthurus Kloen le enseñaron y para lo que fue criado.
Sin embargo, al oír la suave voz, sintió un terrible impulso de salir corriendo.
Quizá si ella se hubiera retrasado un poco, aunque sólo fuera un segundo, Arthurus habría optado por darse la vuelta y salir huyendo.
Sin embargo, había perdido el control como un animal criado y domado por Karen Shanner, quien sostenía el collar.
Sin darse cuenta, el ya empapado Arthurus giró su pesada cabeza para mirarla.
Maldita Karen Shanner, incluso en medio de todo, era tan condenadamente hermosa.
—Di que no es así.
Tanto que está dispuesto a soportar la humillación en esta realidad.
—Está bien.
—…
—Te dije que creería cualquier cosa que dijeras.
Era una súplica desesperada que le hizo sentir que caería de rodillas en cualquier momento.
—No confías en mí. Es injusto.
—…
—Con una palabra basta.
El silencio de Karen hizo que quisiera ponerse de rodillas.
—Yo estoy…
Pero fue Karen quien cayó de rodillas.
Como una persona que ha estado de pie sobre dos piernas rotas durante mucho tiempo, se desplomó, la fuerza drenada de sus piernas.
—Estoy cansada…
Incluso con la fuerte lluvia golpeando todo su cuerpo, la voz que exhaló fue tan clara.
Arthurus intentó huir, pero Karen no lo hizo.
Tal vez porque se rompió una pierna y ya no intentó hacerlo.
Supongo que ahora no importa.
Él sacó la pistola escondida en su bolsillo. Era una pistola personalizada a la que llamó “Karen”.
Con la pistola que había fabricado pensando en ella, le apuntó a la frente.
—Después de todo, los sueños sólo son fugaces.
—…
—Aunque sé que…
Incluso con el arma apuntándole, ella no tembló en absoluto. Al contrario, parecía tranquila, como si hubiera estado esperando este momento. Era Arthurus quien apretaba las muelas en agonía.
—Hubiera sido mejor no tener un sueño como este.
Karen cerró los ojos al sentir la fría y punzante boquilla del arma.
Ahora era el momento de acabar con todo.
Sin apartar los ojos del rostro empapado por la lluvia, Arthurus se despidió de ella.
—Adiós, Karen.
¡Bang!
El disparo atravesó la ruidosa lluvia y resonó por las calles.
Fue el final de un momento de ensueño.
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