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El lugar donde se quebró la rosa dorada - Capítulo 09

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Capítulo 09

Una de las cejas de Arthurus se alzó ante las palabras de la mujer. Su expresión era de interrogación, como si quisiera saber cómo se enteró ella de su asistencia.

—Sería extraño no saberlo. La mayoría de los aristócratas de la capital vienen a ver nuestra actuación al menos una vez, y de repente un héroe nacional decide desviarse una milla y visitarnos.

—Cómo es que suena tan sarcástica.

—No era mi intención.

Sin embargo, a Arthurus le pareció que había al menos un indicio de esa intención. La voz femenina era tan tranquila que le resultaba difícil descifrar su intención a menos que escuchara con atención.

—Me llamo Karen Shanner. La gente que viene a ver las presentaciones suele conocer el nombre de la bailarina principal.

—Lo siento si fui grosero, no estoy familiarizado con el arte.

—Así son las cosas.

Estuvo a punto de reírse a carcajadas, pensando que la mujer que ahora parecía tan tranquila y serena le había echado un chorro de agua a la cara y se había sostenido de él por un calambre.

—Pero aún así…

Justo entonces, Karen apretó los labios contra la taza y murmuró algo.

—No la escuché bien.

Realmente no pudo escucharla, así que le volvió a preguntar.

Ella lo miró y luego habló con una pronunciación más precisa que antes.

—Aun así, gracias.

—Creí haberla escuchado decir que no me daría las gracias.

—Bueno, me ha ayudado de muchas maneras…

Tardó más de lo esperado en dar las gracias.

De repente sintió curiosidad por la mujer que reconocía quién era y, sin embargo, no se arrastraba ante él.

La mayoría de la gente, no, todo el mundo tenía una idea clara de lo que quería de Arthurus. Por eso se acercaban a él con intención, pero en lugar de intentar quedar bien, ella era brusca.

Tanto que aquel agradecimiento a regañadientes le resultó especialmente agradable.

Sería propio de un caballero aceptar el agradecimiento de una dama.

Sin embargo, el gruñón malicioso dentro de Arthurus levantó la cabeza.

—¿Sólo va a darme las gracias?

—E-entonces, qué más quiere…

Tal vez no esperaba esta respuesta de Arthurus, su rostro tímido se derrumbó en un instante y sus ojos se agitaron.

—Qué podría querer alguien que tiene más que yo.

—Hmm… No lo sé.

Arthurus metió inconscientemente la mano en el bolsillo de su bata de baño, buscando un cigarrillo. Pero era imposible encontrar algo en un bolsillo vacío.

Al darse cuenta de que los cigarrillos también se habían mojado al caerse a la piscina, Arthurus respondió a medias, peinándose el flequillo que le cubría pulcramente la frente.

—La señorita Karen no tiene nada que darme, pero no deja de quitarme lo que tengo.

—Qué quiere decir, ¿¡qué le he quitado… ?!

—Mi tiempo, mi ropa, mis cigarrillos.

—Siento lo de su tiempo y la ropa, pero…

Karen, que acariciaba vacilante con las yemas de los dedos su taza aún humeante, levantó sus ojos abatidos y miró a Arthurus, como si se hubiera armado de valor.

—Deje de fumar. Es malo para usted.

—Tomaré nota del consejo de la señorita Karen.

La insinceridad en su voz reveló que no le haría caso. El cacao finalmente se enfrió como ella quería, pero Karen no perdió de vista a Arthurus.

Tenía razón. Ella le causó muchos problemas.

… Con intención o sin ella.

—Nunca se sabe. Quizá haya una situación en la que pueda pagar la deuda que tengo hoy con usted.

Mientras tomaba café en lugar de fumar, Arthurus no parecía estar prestando atención a las palabras femeninas. Pero a ella no le importó y continuó con seguridad.

—Si necesita mi ayuda en el futuro, por favor hágamelo saber. Definitivamente me aseguraré de ayudarle en lo que sea.

—…

—Una deuda es una deuda.

Arthurus la miró y ladeó la cabeza. Actuaba tan intrépida que parecía haber olvidado que él era un “duque”.

Pues no. Lo siente por la persona que habla con timidez y en tono áspero, pero no cree que pueda necesitar de su ayuda…

Los ojos de Arthurus la recorrieron con naturalidad.

Ella cababa de ser acosada por un hombre que tenía una mente insidiosa sobre ella, y ahora estaba indefensa, vestida así en una habitación a solas con otro hombre…

Además, ¿estaba dispuesta a darle su ayuda en caso de ser necesario?

Arthurus se levantó de su posición contra la pared y se acercó a la mujer, que por fin tomaba un sorbo de cacao. Luego bajó la mirada hasta el rostro femenino, quien lo miraba desconcertada desde el sillón cercano a la mesa.

Su cara, su cuello y su clavícula eran visibles a través de la bata abierta.

—¡¿Q-qué está mirando?!

—Dijo que me ayudaría pase lo que pase.

La avergonzada mujer se ajustó la bata y se sonrojó.

—De, de ninguna manera… Lo que quiere de mí…

Al ver la ansiedad y la cautela en los ojos de Karen, a pesar de su porte felino, Arthurus sonrió satisfecho y extendió la mano.

Karen jadeó, aspiró y trató de cerrar los ojos.

¡Chas!

Los dedos índice y pulgar de la mano grande, que se acercaba a ella, chasquearon y emitieron un sonido de fricción.

—…

Tras llevar un rato temblando de miedo, Karen parpadeó; Arthurus no pudo contener la risa. Para decirlo sin rodeos, no sintió la necesidad de hacerlo.

Ella entornó los ojos y lo fulminó mientras lo veía soltar una carcajada por lo bajo.

—Es una advertencia. Si hubiera sido otro hombre, y no yo, habría malinterpretado su ofrecimiento con otra cosa.

—Sería  anormal que alguien lo malinterprete así.

—Tiene razón. Sería estupendo que sólo hubiera gente normal en el mundo.

—…

—Porque este es un mundo donde los desechos viven en caparazones humanos.

Se preguntó si estaría enfadada porque se burló de ella.

Todavía había rubor en el rostro femenino. Arthurus no evitó los ojos silenciosos que le miraban con resentimiento.

Se produjo un silencio que parecía tener un significado ligeramente diferente para cada uno.

Toc, toc.

Llamaron a la puerta.

Aún faltaba mucho para que llegue el enviado de la mansión.

Arthurus retiró primero la mirada y se levantó de la mesa donde estaba sentado. Al pasar junto al sofá, los bordes de las batas de cada uno se rozaron ligeramente.

TOC, TOC, TOC.

Mientras se dirigía a la puerta, volvió a escuchar una serie de golpes.

Al oír el golpeteo persistente, Arthurus abrió la puerta, teniendo una terrible suposición en su cabeza.

—A-Arthur…

Como era de esperarse, Sierra estaba de pie frente a la puerta.

—Srta. Sierra Miller.

Arthurus no preguntó cómo había llegado a la habitación que había reservado en silencio; podía imaginárselo sin necesidad de que se lo dijeran.

Un odioso hermanastro.

La prometida de dicho hermanastro, que es aún más desagradable que él.

La tediosa obligación de jugar a la familia feliz.

Se había sentido relajado por un momento, pero luego llegó la sensación familiar de aburrimiento.

—¿Por qué estás aquí? Dejaste el lugar donde está tu familia…

—¿Lo pregunta porque no lo sabe?

—¿Es por mí? ¿Reservaste una habitación diferente porque te sentías incómodo?

Sierra miró hacia el interior de la puerta mientras hacía la pregunta obvia, aparentemente esperando una confirmación. Como si tratara de comprobar algo.

Arthurus se apoyó en la puerta, bloqueando la vista de Sierra.

—Quería descansar cómodamente a solas, pero supongo que tenía que perseguirme.

—… A solas.

En cualquier caso, es imposible obtener una vista completa de una habitación grande con sólo mirarla desde la entrada. El espacio de Karen no era visible desde la dirección donde estaba Sierra. Sin embargo, oiría su voz, por lo que, si ella* tenía sentido común, sabría que debía proteger su cuerpo y no mostrarse.

(Becky: *Se refiere a Karen).

Arthurus conocía la persistencia de Sierra.

Cuando se entere de que está con una mujer, sabe cuánto la perseguirá y acosará.

Ya estaba harto.

—¿Puedo entrar?

—¿No me ha escuchado decir que quería descansar a solas?

—Tengo algo que decirte.

—Ese es su problema, señorita Miller.

Sierra Miller quiere comprobar la presencia de una mujer que podría estar en la habitación.

Sólo se tranquilizará cuando vea con sus propios ojos que no hay ninguna fémina, así que por eso insiste. Si entra y no hay nadie, comenzará con su inútil juego de seducción.

—Señorita Miller, va a ser problemático si sigue actuando así.

—No se preocupe. Cato está durmiendo… Nadie sabe que estamos haciendo esto aquí.

Él la conocía desde hacía bastante tiempo. Han pasado muchas cosas desde entonces.

No era como si nunca se hubiera visto mujeres que gustaran de Arthurus. Pero ellas entendían el rechazo del hombre.

Reconocían la frialdad enmascarada de cortesía del que les gustaba, y se sentían dolidas y retraídas por su rechazo porque tenían una mente normal.

Ahora que Arthurus está inmerso en los negocios, los compromisos empresariales y las confesiones han desaparecido.

Sierra Miller era una de las personas más persistentes que él había conocido. Lástima que si ella hubiera orientado esa persistencia en otra dirección, se habría convertido en uno de los talentos más reconocidos en cualquier campo.

—¿Estás seguro de que no hay nadie dentro?

—… Señorita Miller.

—¿Por qué no me dejas entrar?

—Porque quiero evitar una situación en la que me encuentre a solas con la prometida de mi hermano.

Después de tanta persecución, él pensó que se había dado por vencida cuando dejó de verla medio año.

Entonces, un día, apareció como la prometida de su hermanastro.

Una mujer que convirtió en maldición la obra familiar que conseguía hacer tan bien.

Esta clase de situaciones inesperadas que Sierra Miller crea…

Estaba tan cansado e incómodo que le empezó a doler la cabeza.

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