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El lugar donde se quebró la rosa dorada - Capítulo 10

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Capítulo 10

—Arthur, ¿dónde te duele…?

Mientras Arthurus se tocaba la frente, Sierra hizo su propio aspaviento. Él se preguntó si ella realmente no se daba cuenta de que era la causa de su dolor de cabeza.

—Déjame ver.

Sierra extendió la mano hacia la cara de Arthurus.  La arruga del ceño del hombre amenazó con profundizarse más ante el contacto femenino.

—Arthur.

Una voz suave y tranquila llamó el apodo de Arthurus.

Pero no era Sierra.

—¿Qué está pasando?

Karen se acercó y envolvió suavemente a Arthurus con sus brazos.

Este no fue el único comportamiento inesperado de Karen.

—Oh, nos han pillado.

Mientras tenía los brazos alrededor de Arthurus y apretaba su cuerpo contra él, Karen hizo contacto visual con Sierra y dejó escapar una voz algo exagerada con el extremo ligeramente subido de tono.

Como Arthurus se quedó mirándola sin responder, Karen le susurró que tenían que fingir ser amantes.

—Ha…

¿Podría ser esto?

Ella dijo que lo ayudaría si lo necesitaba.

—Siento haberle mentido, Srta. Miller.

Había intentado mantenerla alejada de las situaciones agotadoras de otras personas.

(Becky: Arthur intentó proteger a Karen de Sierra).

Pero si Karen estaba dispuesta a ayudar, ya no había por qué negarse.

—Pensé que mi abuelo mostraría tal interés que sería incómodo si se enteraba.

Si Sierra Miller hubiera exteriorizado sus vicios, habría sido más problemático. Pero la prometida de su hermano resultó comportarse exactamente lo contrario de a lo que Arthurus esperaba.

No estaba gritando ni aferrándose a él, ni siquiera mostró su maldad frente a Karen Shanner, quien fingía ser su amante.

Sierra Miller simplemente…

—M-m-mentira.

Estaba aturdida.

Parecía demasiado ocupada negando la realidad en su cabeza como para armar un escándalo.  Algo bueno para Arthurus.

—Ahora, si me disculpa, tengo algunos asuntos que atender con esta dama.

Rodeando con sus brazos los hombros de Karen, orgulloso, Arthurus le dedicó a Sierra una sonrisa genuina y no fingida por primera vez antes de cerrar la puerta tras de sí.

—Que pase una buena noche, señorita Miller.

Pasó mucho, mucho tiempo hasta que sonó el grito lloroso de Sierra. Pero no importó cómo reaccionara, la puerta no volvió a abrirse.

* * *

Para una ballerina, las zapatillas de ballet eran un artículo de valor incalculable.

Estas se desgastan rápidamente, especialmente para alguien como Karen, que practica mucho más que la mayoría.

Como en el ballet influye mucho el calzado que se lleva, es esencial que las ballerinas encuentren sus tiendas favoritas donde vendan zapatillas que les queden bien.

Cuando Karen abrió la puerta de la tienda pintada de rosa, un pequeño timbre sonó con fuerza.

—Madame Bornet.

Madame Bornet era una mujer mayor con el pelo blanco y rizado que regentaba la tienda.

—Aquí estás, Karen. Te estaba esperando.

Madame Bornet sonrió amablemente y le sirvió el té. Se comportaba como si tratara con una conocida que estaba de visita en su casa, y no con una clienta que acudía a la tienda a comprar algo.

A diferencia de Karen, que no sonreía en absoluto a pesar de su cortesía, madame Bornet no borró su cálida sonrisa; una sonrisa que parecía haber sido embutida en la cara de una amable anciana.

—¿Recibiste las zapatillas de ballet que envié a tu casa?

—Sí, las recibí sin problemas.

—¿Y te han causado alguna molestia?

—Acabo de empezar a usarlas, así que tendré que acostumbrarme poco a poco.

—No tires las gastadas. Podrías tener un problema con las nuevas y acabar necesitando las viejas.

Karen asintió con expresión tranquila. Madame Bornet podría estar preguntándose cómo lleva Karen sus nuevas zapatillas de ballet, pero ella tenía algo más importante que decirle a la anciana.

—Bebamos.

Madame Borne le tendió una taza de té caliente, pero Karen fue al grano sin siquiera tocar la taza.

—Quiero asegurarme de que las zapatillas que dejé en casa están en buen estado.

Y pronto la sonrisa en el rostro de madame Bornet se desvaneció.

* * *

¿Podría haber alguien en este mundo que toque un arma más a menudo que un soldado?

El asistente del duque Kloen podía responder con confianza.

Su maestro y amigo, Arthurus Kloen, era ese tipo de persona.

Arthurus estaba modificando él mismo un arma antigua, comparando la ametralladora que la empresa había lanzado hace mucho tiempo con la ametralladora lanzada más recientemente.

Era a la vez su pasatiempo y una prolongación de su trabajo.

Lois hacía todo lo posible por no molestarlo en su estado de concentración. Pero esta vez no pudo.

Había algo que quería preguntarle en cuanto se encontraron por la mañana, pero lo fue posponiendo debido a la apretada agenda durante todo el día.

Pero ya no podía contenerse más.

—Arthurus, tengo una pregunta para ti…

—Shh.

Trató de decir que tenía algo que preguntar.

Pero tan pronto como pudo abrir la boca, Arthurus le silenció. Ante el ligero gesto de llevarse simplemente el dedo índice a la boca, Louis no tuvo más remedio que permanecer en silencio, como si un ratón le hubiera comido la lengua. Sin embargo, envió insistentemente sus ojos a Arthurus.

Pero para Arthurus, una de las cosas más fáciles del mundo era ignorar la mirada ardiente de su mejor amigo.

Siguió concentrándose en lo que hacía, pero al cabo de un rato dejó de trabajar. Como si el trabajo no estuviera saliendo según lo previsto, tiró la llave inglesa sobre el viejo banco de trabajo de madera y miró su arma de fuego, ensimismado. Sólo después se acordó de Lois y se volvió hacia su amigo.

—¿Dijiste que tenías una pregunta?

Preguntó muy deprisa.

Lois refunfuñó para sus adentros, sin ser capaz de decirlo en voz alta.

Arthurus siempre se mostraba cortés con cualquiera, siempre que no le perjudiquen ningún negocio. Sin embargo, aunque intentaba ser un caballero, había ocasiones en las afloraba su arrogancia innata o su temperamento revoltoso.

Afortunadamente, Lois estaba en el lado bueno de Arthurus porque era considerado como la única persona que tenía aparte de su abuelo materno.

Por supuesto, eso no significaba que fuera amable con él en público.

Por muy amigo que fuera, si Lois hubiera sido un incompetente, Arthurus lo habría despedido hace mucho tiempo.

—¿Quién es la mujer con la que estuviste anoche en el hotel?

—Sabía que esa pregunta surgiría tarde o temprano.

—Tú… Solías pensar que era patético pasar una noche con una mujer sólo por el impulso de la lujuria. ¿Ha habido un cambio en tus valores?

—La gente no cambia fácilmente, Lois.

Anoche, Lois había sido contactado por la mansión y acudió al Hotel Ripoll para entregar personalmente las prendas de vestir. Aunque le extrañó que le dijeran que trajera también ropa de mujer, pensó que sería para Sierra Miller.

Normalmente, si un hombre en un hotel pide que traigan ropa para una mujer y para él mismo, es natural imaginar todas las cosas íntimas y dulces que pueden suceder entre un caballero y una dama. Sin embargo, como la persona no es otra que Arthurus,  Lois no podía ni imaginar que estaba pasando tiempo a solas con una mujer.

Él mismo gestiona la agenda de Arthurus. De hecho, Lois, que también ejercía de mayordomo facto, podía presumir de saberlo casi todo sobre Arthurus.

Pero la mujer que encontró aquel día en el hotel era definitivamente nueva para él.

Una mujer que antes no existía cerca de Arthurus.

—… Una mujer tan famosa, conocida por su rostro.

El murmullo de Lois, que casi hablaba consigo mismo, despertó interés en los apagados ojos de Arthurus.

—… ¿Famosa?

—Es la rosa dorada de Gloretta.

—Incluso para un ojo ajeno, parece que baila bastante bien.

—Aunque tiene unas habilidades extraordinarias, es una mujer de la que se habla más por su aspecto. ¿Podría ser que la viste en su presentación de ballet y te enamoraste a primera vista?

—No puedo creer que pienses en mí como un hombre tan romántico. Es un honor.

—No te sientas halagado. Lo digo en serio.

Arthurus seguía respondiendo juguetonamente a Lois, burlándose de él

Pero al mismo tiempo, observaba la reacción de su amigo

Aunque le ayudaba diligentemente en su trabajo, en realidad, sabía que compartía la misma opinión que el abuelo.

También esperaba que conociera a una buena mujer, se casara con ella y tuviera una vida estable y sin prisas.

¿Por qué diablos?

Los valores de la vida son diferentes para cada persona, así que no entendía por qué trataban de imponerle los suyos.

El matrimonio sucedería.

Un matrimonio arreglado sin duda será beneficioso para fines comerciales, no sólo para cumplir con su obligación de tener hijos y transmitir el título y apellido históricos.

Sin embargo, si le exigen “amor” en lugar de “matrimonio”…

Ahí es donde se le complicaban las cosas a Arthurus.

No hay nada tan incierto como el amor, así que no entiende por qué la gente le pide que encuentre la tranquilidad a través del amor.

—¿Por qué mintió así? ¿Cómo va a lidiar con las consecuencias?

—Le ayudé porque parecía estar en apuros. Estoy en esa situación a menudo, así que sé que es difícil deshacerse de alguien por uno mismo.

—Esa mujer podría venir y hacerle daño.

—En ese caso, por favor ayúdeme entonces, duque. A cambio de lo que he hecho por usted esta vez.

Arthurus admite que la ilusión por haber pasado la noche con aquella mujer estaba justificada, pero cuando Lois le pregunta si fue amor a primera vista, no le queda más remedio que reírse.

—Sigamos ayudándonos así.

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