El dedo índice masculinó envolvió el dedo índice de Karen y apretó el gatillo.
¡Bang!
—¡Argh!
El cuerpo sobresaltado de Karen casi cayó hacia atrás, pero los anchos brazos de Arthurus la mantuvieron firmemente en su sitio.
—La pistola es pequeña y parece fácil de manejar, pero el retroceso es más fuerte de lo que parece, así que con cuidado.
—¡Debería habérmelo dicho de antemano!
Exclamó ella con frustración. Él se limitó a sonreír, como si la encontrara divertida. Karen se sintió molesta por ello, así que le disparó dagas con la mirada.
De algún modo, Arthurus parecía disfrutar mucho cuando sus emociones fluctuaban y sus reacciones eran estridentes.
—¿La sigo ayudando?
—No, gracias. Lo intentaré sola.
Karen se adelantó emocionada y agarró el arma como le habían explicado.
Su postura era absolutamente perfecta. Ella era la esencia.
El problema era que sus habilidades estaban desincronizadas con su postura impecable.
¡Bang!
¡Bang!
¡Bang!
El sonido del disparo continuó resonando en todo el campo de tiro, pero los resultados fueron desastrosos.
—Esto, realmente…
Arthurus aplaudió un par de veces con genuina admiración.
—Tiene grandes habilidades.
—No me tome el pelo. No soy una soldado como usted.
Respondió ella indignada, Arthurus levantó los brazos como declarando su rendición.
—Whoa. La mirada en sus ojos da miedo.
—De la nada me apetece usarlo como objetivo…
Mientras hablaba, Karen se dio cuenta de que sus palabras habían sido duras, y cerró la boca mientras lo miraba. Pero él no parecía muy disgustado.
—No se esfuerce demasiado. Disparar requiere más resistencia de la que cree.
Le quitó la pistola y la guió al sofá del costado, para que pudiera descansar.
—Voy a traerle un tentempié ligero.
Como eran las únicas personas en el campo de tiro, él era el único que podía ir.
Karen se sintió extraña, como si el duque la estuviera mimando.
—Es peligroso, no tome el arma cuando yo no esté.
—De acuerdo.
—Confío en que no fingirá escucharme y luego me desobedecerá como una niña traviesa.
El rostro femenino se puso rojísimo. Arthurus levantó la mano mientras se echaba a reír. Los ojos de Karen se abrieron de par en par al ver que la mano se acercaba.
En esa fracción de segundo, la mano masculina se detuvo en el aire, justo delante de su nariz.
—…Entonces espere.
Arthurus se contuvo torpemente. Finalmente, se dio la vuelta y salió del campo de tiro sin mirar atrás.
(Becky: Omg, a lo Darcy?)
Karen no pudo apartar los ojos de aquella espalda hasta que desapareció por completo.
|¿Qué ha sido eso…?|
Tal vez porque estuvo practicando bastante, sintió que la fuerza la abandonaba.
Hubo una intención de tocarla…
¿Estaba a punto de acariciarle la cabeza o alisarle el cabello?
Sea cual sea el sentido del contacto, ¿no iba a ser una acción que sólo puede hacerse en una relación muy íntima?
Hacer ese tipo de contacto cuando no hay nadie alrededor…
Como si fueran verdaderos amantes.
Su cuerpo seguía sintiéndose débil, como si estuviera postrada en una cama.
Karen pensó en él, alguien que a menudo se reía y bromeaba con ella sin importar lo que hiciera.
Pensar que la quiere, era una ilusión tan ridícula.
* * *
La vida de la querida hija adoptiva de un conde era una serie de días tranquilos y aburridos sin nada que hacer.
Sierra Miller ya tenía una edad en la que podía casarse, no sería de extrañar que su matrimonio hubiera sido concertado hace tiempo. Sobre todo porque tenía una pareja que todo el mundo conocía.
Pero ella nunca se había sentido presionada para casarse, razón por la cual todo el mundo pensaba que el conde Miller atesoraba a su hija adoptiva.
—Sierra.
—Sí, padre.
El conde Miller y Sierra estaban sentados uno frente al otro en cada extremo de una larga mesa rectangular.
Sierra pensó que su relación con su padrastro era ahora como esa mesa demasiado larga.
—El hijo del duque Polaire ha quedado prendado de ti.
—…Padre.
—Eres una chiquilla muy adaptable, así que te irá bien allí.
Hasta ahora, había podido evitar la presión de casarse. Pero eso cambió tras un encuentro fortuito en una fiesta real, cuando el hijo del duque la conoció y se quedó encaprichado con ella.
—Quiero dejar de invertir en cosas que no tienen ninguna posibilidad.
El hombre dió unos bocados a la comida, se limpió la comisura de los labios con la servilleta en el cuello y tomó un sorbo de agua.
Era un hábito que tenía cuando hablaba de algo malo
—Dijiste que tenías un vínculo con el duque. Que seguramente te recordaría. Te escuché y te tomé a ti, que no eras nada, como mi hija adoptiva.
Ojalá Sierra hubiera sido una chica afortunada.
Pero el mundo no fue tan amable con la hermosa muchacha. Si no fuera inteligente, no hubiera podido sobrevivir.
Usó el encuentro que tuvo con el duque en el campo de batalla para hacer un trato con el conde.
El duque dijo que la amaba. No, él la amará aunque no lo haga. De esta manera, conseguirá un fuerte respaldo.
Esa fue la razón por la que el conde Miller acogió a Sierra como su hija adoptiva.
—Un diamante es sólo una piedra más hasta que un artesano la pule. Aplica para ti, Sierra.
La larga paciencia del conde Miller se estaba agotando.
—Fui yo quien te refinó y perfeccionó, tú que te revolcabas en el fango.
Había escuchado las palabras de Sierra e inició un rumor de que tenía una conexión con Arthurus en el campo de batalla, pero este no la recordaba en absoluto; el conde quedó avergonzado.
Aún así, tuvo paciencia porque Sierra se involucró románticamente con Cato y consiguió, de alguna manera, cercanía con Arthurus.
Era una verdad irrefutable que Sierra era una belleza. El conde calculó que si ella lograba hacer contacto, no habría hombre que pudiera resistirse a su apariencia.
A pesar de ser hermanastros, si ella salta de hermano en hermano, sería criticada por el público. Pero, al final, el interés de la gente por el cotilleo escandaloso se iba a disipar pronto.
Arthurus Kloen era un hombre tan grandioso que merecía la pena sacrificar un poco de dignidad.
Pero ya había pasado bastante tiempo y Sierra no había sido capaz de seducirlo.
—No sirves para nada.
—Por favor, deme una oportunidad más. Poco a poco se está acordando de mí. ¡Si me da más tiempo…!
—Guarda esa lengua de serpiente.
—De verdad. ¡No son mentiras!
—Veo en tus ojos que piensas que soy ciego. ¡El rumor de que el duque Kloen tiene una mujer ya se ha extendido por todo el imperio!
Ya era de esperar que el duque Kloen no sintiera nada por Sierra. Esa vaga premonición se fue haciendo más cierta a medida que circulaban los rumores del duque estando encaprichado de una simple bailarina conocida como la nueva “Rosa Dorada”.
—Creí en tus palabras y te llevé lejos porque tenía que sacar el máximo provecho de ello. Aunque mientas, hay una verdad y es que eres hermosa. Una hija hermosa es el mejor artículo de comercio que una familia puede tener.
Aunque no fuera con el duque Kloen, la belleza de Sierra era suficiente para negociar con otras familias.
El problema es que ella y Cato eran una pareja oficial demasiado famosa. Fue algo bueno para el conde que el hijo del duque Polaire se haya enamorado de Sierra mientras estaban en tal situación.
—La belleza se desvanece con el tiempo. Tú ya estás en edad de casarte, así que no puedo esperar más. Mañana pienso enviar una carta al ducado de Polaire.
Aún quedaba mucha comida, pero el conde, cuyo apetito había disminuido, se levantó tranquilamente de la mesa.
Sierra no hizo otro llamamiento a su padre ni le suplicó.
El conde Miller no era un hombre violento, pero no era de los que toleraban que sus pertenencias le respondieran groseramente.
Después de apenas dos bocados de comida, Sierra rascó nerviosamente la mesa con el tenedor.
Creak, creaaaak.
A pesar del desagradable sonido que parecía arañar los tímpanos, ella continuó.
—¿Por qué no te acuerdas de mí…?
Cuando era un niño soldado, el duque solía hablarle en el campo de batalla.
—No es esa zorra, soy yo, yo…
Screeech.
¿No sería todo mejor sin esa mujer?
Todo está empeorando por culpa de esa chica.
Tiene que hacerla desaparecer.
Entonces el duque la recordará.
La elegirá y la amará.
El agudo sonido del tenedor raspando la mesa carcomió la cordura de Sierra.
* * *
Todos los empleados del duque Kloen están minuciosamente entrenados para servir a su señor sin ningún inconveniente. Pero también le hacían pasar un mal rato.
Por lo tanto, no decían nada innecesario.
Sin embargo, el hecho de que el señor, de quien pensaban que sería un eterno solterón, trajera a una mujer fue suficiente para que todos vibraran de emoción.
Era evidente con sólo mirar el refrigerio que preparó el chef. Había tanto empeño en las fresas y los adornos encima de la tarta de nata montada, resultando especialmente extravagantes.
Intentando ignorar sus miradas, Arthurus detuvo al mayordomo, que iba llevar la bandeja de la merienda, y la sostuvo él mismo.
Había ordenado que se prepararan los aperitivos con antelación, pero igual se tardó más de lo esperado.
Ella debe estar aburrida por la soledad.
Los pasos de Arthurus se hicieron ligeramente más rápidos de lo habitual.
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