La casa del mayor Skyborough estaba situada en las afueras de la capital. Una zona relativamente tranquila en comparación con la ruidosa y populosa ciudad, pero en cuanto entró el coche, al instante se volvió ruidosa por los ladridos de los perros enjaulados.
Tras despedir al chófer y a su asistente, Arthurus abrió personalmente la puerta del coche a Karen.
—¡Bienvenidos!
El mayor y su esposa, previamente contactados por teléfono, salieron personalmente a recibir a las inesperadas visitas. La entrada de la mansión de tres pisos, con la brisa fresca meciendo las grandes ramas de árboles del patio, estaba adornada con pequeñas macetas de flores para dar la bienvenida a los invitados. En un rincón alejado de las macetas, se veía una gran perrera con capacidad para varios perros.
—Encantado de verte, pero si vas visitarme, avísame al menos un día antes. ¿Qué puedo hacer si vienes así de repente?
—¿Tenías otros planes?
—No es eso, pero mi Mary se apresuró en alistar todo para la visita.
—Espero no haberla incomodado demasiado, madame Skyborough.
Ignorando inmediatamente al mayor, Arthurus dirigió su atención a la señora de la casa.
—Por supuesto, duque Kloen. Ignore a este tipo raro.
Mary Skyborough era cinco años mayor que su esposo. Acostumbrada a sus cariñosas atenciones, recibió a los invitados en lugar del enfurruñado mayor.
—Y esta sería la persona que está saliendo con el duque Kloen…
—Soy Karen Shanner.
—Encantada de conocerla, señorita Karen.
Mary le dio un ligero abrazo y los condujo al interior de su casa.
—He preparado té y aperitivos. Si gustan…
Mientras pronunciaba sus palabras con cautela, soltó una pequeña carcajada al ver que Karen miraba a su alrededor. A juzgar por la mirada expectante, parecía que el refrigerio tendría que posponerse un poco más.
—Los cachorros están en el segundo piso.
El mayor y su esposa dieron media vuelta para no dirigirse al salón y subieron las escaleras hasta el piso superior.
Finalmente, Karen pudo conocer a los lindos cachorritos que había estado deseando ver.
—“Haepi*” es una pastor alemán. Tiene antecedentes militares.
(Becky: 해피* Significa “happy” o “feliz”, la dejé con su pronunciación en coreano).
—Se retiró del entrenamiento militar de perros tras lesionarse la pata. Ya tenemos muchos perros en casa, así que alguien aquí estaba en contra de su llegada, pero la convencí alegando que sería el último miembro de la familia y conseguí traerla.
Mary y el mayor Skyborough explicaban la historia mientras los guiaban hacia donde estaban los perros.
—Haepi…
Al murmurar el nombre de la perrita, Karen sonrió alegremente.
—Es un nombre encantador.
Arthurus se limitó a observarla en silencio a su lado. Al pasar junto a las numerosas ventanas del largo pasillo, las sombras y la luz del sol cruzaban alternativamente el rostro de Karen.
Era difícil apartar los ojos tanto del rostro oscurecido por las sombras como de su rostro claro con la luz del sol brillando a sobre ella.
Una mujer a la que le encantan las flores y los perros, se entrega fácilmente a los demás y odia el olor a cigarrillo.
La iba conociendo poco a poco, pero todavía tenía dificultades para entenderla bien.
—Nacieron ocho cachorros en total, pero uno nació muerto y el otro murió a los dos días de nacer. Por fortuna, los seis cachorros restantes gozan de muy buena salud.
Cuando llegaron a la última habitación del pasillo, Mary abrió la puerta.
Los ojos de Karen se abrieron de par en par cuando vio a las criaturas dentro. Puede que no fuera la primera vez que veía cachorros, era una niña que a menudo visitaba a su anterior perrita y miraba a los cachorros dentro de la valla. Pero nunca se acercó sin permiso.
—Haepi es sensible debido a su instinto de protección por sus cachorros. No morderá porque sabe que no le hará daño, pero espere un momento.
Mary empujó la espalda del mayor y este fue y trajo dos cachorros en brazos del interior de la valla.
Haepi parecía ansiosa y vigilaba de cerca a Karen, pero parecía estar ocupada cuidando de los cachorros restantes.
El mayor Skyborough colocó a los dos cachorros en el suelo. Karen se sentó sobre sus rodillas y se concentró en observar a las crías.
Al principio quedó hipnotizada por la ternura de los cachorros recién nacidos, pero luego su atención se quedó en Haepi.
La perrita cojeaba de una pata.
—¿No se curó completamente la pata herida de la perrita…?
—Una bala perdida durante el adiestramiento la dejó incapacitada para siempre. Haepi no parece saber que un humano le disparó y sigue siendo amistosa con las personas.
—Ya veo…
Incluso mientras acariciaba a los cachorros, de alguna manera le preocupaba Haepi. Si fuera una perra militar, estaría corriendo todo lo que hubiera querido y desempeñado un buen papel.
Como sólo tenía un problema con una de sus cuatro patas, caminar en sí no parecía ser un problema. Pero nunca podrá volver a correr tan libremente como antes.
—Aún así, creo que la Haepi del ahora será tan feliz como su nombre indica. De lo contrario no habría tenido una camada con Milo así como así.
—¡M-Mary!
La cara del mayor se puso roja como si acabara de decir algo extremadamente obsceno, aunque sólo estaba diciendo la verdad.
—Por cierto, Milo es el padre de estos niños. Él fue quien ayudó a Haepi a adaptarse a esta casa.
Mary contó la historia de amor de Milo y Haepi, que también era un ex perro militar, e hizo reír a Karen cuando esta tenía el corazón a punto de ponerse acongojado.
—Supongo que no tenemos espacio para participar en la conversación de estas damas. Podemos jugar unas partidas de ajedrez.
—Disfruto escuchando las conversaciones entre mujeres.
—Solías chasquear la lengua y llamarme “esposo patético”, pero supongo que eres peor que yo.
Era dudoso de si no quería quedarse a solas con el mayor Skyborough, o si realmente quería participar en la conversación de mujeres.
Lo que es seguro es que no está dispuesto a salir con el mayor.
Karen, que parecía conocer el motivo, gesticuló en silencio: “Lo haré bien”.
Parecía pensar que Arthurus quería quedarse por miedo a que no interpretara bien el papel de su falsa novia. Definitivamente esa NO era la razón, pero en lugar de explicárselo, Arthurus decidió dar un paso al costado.
—Sólo jugaré una partida.
—Hoho, mínimo deberíamos jugar tres.
Arthurus giró la cabeza una última vez mientras salía de la habitación.
Karen estaba concentrada en las palabras de Mary y no paraba de acariciar a los cachorros.
|¿Debería adoptar al menos uno?|
A ella parece gustarle mucho los perros.
Los pensamientos negativos de Arthurus sobre la adopción de perros cambiaron un poco.
***
Las dos mujeres, al quedarse solas, se comunicaban muy bien entre ellas a pesar de conocerse por primera vez.
Mary se hacía cargo de la casa en lugar de su marido, quien a menudo estaba ausente por su trabajo militar. Era una mujer que disfrutaba de hablar con los demás. Karen estaba más cómoda y acostumbrada a escuchar que hablar de sí misma. En conclusión, ambas personalidades eran la ecuación perfecta. —Mi marido entrena y pasea a los perros. Pero como no siempre está en casa, yo también aprendí a hacerlo.
Karen dejó escapar una carcajada mientras acariciaba a uno de los cachorros que correteaba alocadamente y se había subido a su muslo.
—¿Le gustaría criar uno?
—No puedo hacerlo. Vivo en un apartamento y no sé cómo manejar a un perro tan grande.
—¿Qué tal si le pide al duque Kloen que adopte algunos?
—El duque…
|¿Realmente se tomaría tanta molestia por mí?|
Esas palabras se le subieron a la garganta. Pero para los demás, el duque Kloen tenía que parecer un hombre tan profundamente enamorado que haría cualquier cosa que le pidiera.
—El duque está ocupado con el trabajo. No creo que tenga tiempo para preocuparse por estos chicos tan guapos.
—Y debería estarlo. Tiene que salir todos los días con una chica tan guapa.
Las mejillas de Karen se pusieron rojas y bajó la cabeza ante la broma de Mary que contenía elogios.
* * *
—Hay una calma sospechosa.
El comandante Skyborough y Arthurus jugaban al ajedrez y mantenían una conversación que nada tenía que ver con el juego.
—No son el tipo de gente que busca el fin de la guerra. El dictador de ese país tiene unas ambiciones desmedidas. Sin embargo, aunque ha pasado mucho tiempo desde el alto al fuego, está extremadamente tranquilo. Y eso parece sospechoso.
—Estoy seguro de que no eres el único al que le parece sospechoso.
Los dos hombres, con la mirada en el tablero de ajedrez, jugaban la partida a un ritmo que no era ni lento ni rápido.
Al darse cuenta de que estaba en desventaja, el mayor abandonó rápidamente la partida.
—Me pregunto qué piensas, duque Kloen.
—Mi opinión no ha cambiado. La guerra volverá a suceder. Ese dictador con un fuerte deseo de conquista es un hombre inmerso en el absurdo delirio de la unificación mundial. Si quiere derrotar a otros países, primero debe derrotar al nuestro, junto a nuestro poderoso sistema militar.
El motivo de la guerra no era tan grandioso. Kustia codiciaba los recursos de las colonias de Gloretta. Era un país enemigo al que se despreciaba tanto hasta el punto de que ni siquiera se pronunciaba su nombre.
Con dos de las naciones más poderosas del mundo en guerra, el resto del mundo se dividió en dos bandos.
Sin embargo, la brutal colonización y los ataques a naciones neutrales inclinaron la opinión mundial a favor de Gloretta.
Si la guerra hubiera durado sólo un poco más, Gloretta habría ganado, aunque hubiera perdido mucho en el proceso.
En un mundo en el que se abrieron las vías férreas y se hicieron posibles los intercambios con otros países, la diplomacia debía considerarse importante para dirigir un país. Sin embargo, Kustia no sólo puso a medio mundo en su contra por su tipo de colonización, sino que también reveló sus aterradoras ambiciones, provocando que muchos países formaran una alianza con Gloretta.
—Supongamos, la guerra vuelve a empezar.
El mayor hizo otra pregunta mientras organizaba las piezas de ajedrez.
—¿Cómo crees que lanzarán su ataque? ¿Y cómo crees que deberíamos responder?
—¿Estás tratando de discutir la estrategia de guerra con un soldado retirado?
—Duque Kloen, creo que sí. No estamos en el comienzo ni en el final de la guerra, sino una tregua ambigua. Ahora empezará la era de la guerra de la información.
El mayor bebió cerveza del vaso que tenía al lado y empezó a hablar de algo desagradable con expresión alegre.
—O podría convertirse en una campaña de asesinatos a figuras clave.
Había una ligera y pícara sonrisa en los labios del mayor, pero sus ojos eran afilados. Como si diera una severa advertencia.
—¿Estás sugiriendo que soy una especie de persona importante?
—Hoho, ¿por qué eres así? Ya deberías saberlo.
(Becky: Tiempos terribles se acercan, Harry).
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