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El lugar donde se quebró la rosa dorada - Capítulo 32

Capítulo 32

 

 

—¿Dónde está él?

—Señorita Shanner, el duque de Kloen ha decidido quedarse para distraerlos. Debemos ir rápido por los refuerzos…

—No iré.

Ella sabe que ser tan terca en una situación de emergencia puede ser una molestia para la otra persona.

—El duque me pidió que cuidara usted. Por el bien del Duque…

—Lo siento, no puedo ir a ningún lado sin él.

El Arthurus que Karen conocía era un hombre que había visto una buena cantidad de batallas plagadas de balas.

No podía dejar a una persona así sola en esta mansión donde no se sabe cuándo ni de dónde podrían volar las balas.

—Señorita Shanner, ahora no es el momento de ser terca…

—Yo tampoco iré.

El mayor Skyborough estaba tratando a Karen como una tonta por ser tan terca, pero luego lució terriblemente avergonzado cuando Mary tuvo la misma actitud.

—¿Y tú por qué?

—¿Y los perros? ¿Y Haepi? ¿Y los cachorritos recién nacidos?

—¿Te preocupan los perros en este momento? ¡Podrías resultar herida!

Tenían más de dos perros, y no había manera de escapar con todos en brazos. Pero Mary persistió.

Sin embargo, considerar simplemente “terquedad” no le haría justicia a la sincera determinación de Mary.

Para ella y el mayor, los perros eran familia.

(Becky: Pueden llamarme estúpida en todos los idiomas, pero me quedaría por mis perritos).

—No tocarán a los animales.

Karen dijo en un tono decisivo.

No estaba sucediendo una invasión, sino un intento de asesinato. El asesino tenía que actuar con rapidez y precisión, no sacrificar animales innecesariamente. Eso podría dejar rastros.

Si no entra en la mansión, los perros no van a morir.

Pero si entra a la mansión, es posible que tenga que disparar para protegerse de los perros militares de aspecto feroz y de los perros sueltos.

—Así que, por favor, siga al mayor y escapen sin preocupaciones.

Karen no se molestó en agregar más detalles.

No serviría de nada aumentar la ansiedad que ya sentía la señora Skyborough por la pérdida de sus perros.

—Karen, ven conmigo.

Mary la agarró. El mayor Skyborough también intentó persuadirla. Parecía que planeaba llevársela por la fuerza si era necesario.

—Dense prisa. Llegaremos tarde.

Pero Karen huyó de ellos, corriendo por el pasillo justo antes de que el mayor pudiera obligarla a subirse a sus hombros.

—¡No, es peligroso!

Karen escuchó la voz desesperada de Mary detrás de ella, pero corrió hacia adelante sin mirar atrás.

El mayor Skyborough no vendrá a buscarla, ella ya estaba lejos. Sería más peligroso para él y Mary ir tan lejos para salvar a alguien que acaban de conocer.

Ningún hombre pondría a su esposa en una situación peligrosa para salvar a la mujer de otro hombre.

Karen subió las escaleras sin pensar de dónde venía el ruido.

Pero no tardó mucho en tener que agacharse, porque la ventana del pasillo estaba destrozada y las balas volaban. Se echó boca abajo en medio de las escaleras, se cubrió la cabeza y, a lo lejos, vio la punta de un zapato negro. Sabía quién era sin tener que levantar la cabeza para verle la cara.

 

* * *

 

Después de enviar al mayor Skyborough, Arthurus apenas logró ganar algo de tiempo al involucrarse en un tiroteo con un oponente invisible dentro de la habitación.

Entonces, pensando que había sido suficiente, salió corriendo al pasillo de enfrente.

Pero, al juzgar por las balas que llegaban a raudales a través de las ventanas del pasillo, se dio cuenta de que había más asesinos de lo que pensaba. Mientras intentaba esquivar las balas, apretándose contra la pared entre las ventanas, su agudo oído captó el sonido de pasos que subían desde abajo.

—…Maldita sea.

Creyó que no entrarían a la mansión, pero ¿se equivocó?

Aunque había sobrevivido tenazmente, incluso en momentos de vida o muerte, esta vez apuntaba su arma hacia las escaleras, pensando que realmente esta vez no sabía que pasaría.

¡Crag!

Una vez más se rompió otro cristal y volaron las balas.

—¡Huh…!

Al mismo tiempo, la persona que casi había llegado a lo alto de las escaleras se tiró.

En lugar de apuntar al francotirador invisible fuera de la ventana, Arthurus dirigió su arma al asesino que estaba en las escaleras.

Pero en el momento en que vio la larga cabellera dorada desparramada en la espalda, sintió que su mente se quedaba en blanco.

—Qué diablos…

¿Por qué estaba aquí?

Aquellas palabras mezcladas con incredulidad no pudieron escapar de sus labios, porque las balas volvieron a caer.

Arthurus gritó reflexivamente cuando notó que Karen levantaba la cabeza con cuidado.

—¡Baja la cabeza!

Su voz no contenía ni una pizca de cortesía.

Karen bajó la cabeza y se la cubrió, casi como si estuviera enterrando su nariz. En ese momento, oyó un grito de incredulidad.

—¿Y el mayor? ¿Te dejó atrás?

—¡Le dije que no iría con él!

—¿Por qué demonios?

Arthurus apretó los dientes mientras disparaba su arma por la ventana.

—¡Estoy aquí para ayudarle!

Karen ya había subido las escaleras y ahora estaba junto a Arthurus, con la espalda contra la pared. Incluso en medio de la situación, él soltó una risa hueca.

—¿Tú, a mí?

Lamentablemente se sentía más molesto que agradecido.

Si Karen hubiera tenido la intención de ayudarlo, debería haber seguido al mayor fuera de la mansión sin causar problemas. Debería haber hecho caso, informar la crisis y pedir refuerzos militares.

Tuvo suerte de sobrevivir al accidente de carruaje, pero esta vez las cosas serían diferentes.

—…Lo siento.

Karen leyó la mente de Arthurus y se disculpó, mirando a su alrededor.

—Pero no podía dejarlo solo e irme.

—Supongo que no estoy obligado a decir gracias.

Porque no estaba agradecido en absoluto.

Sólo cuando Arthurus respondió al fuego fue cuando apenas pudo continuar su conversación.

De repente los disparos cesaron.

Movió la cortina como señuelo y esta vez no hubo balas

—¿Han cesado los ataques?

—No.

Ante la voz inocente de Karen, Arthurus respondió con una pequeña sonrisa.

—Van a entrar a la mansión.

La leve sonrisa fue fugaz. Frunció el ceño y cerró los ojos.

—En movimiento.

—….

—Tenemos que ir a un lugar seguro.

Con los enemigos invadiendo, era dudoso si había algún lugar en esta mansión que pudiera considerarse seguro.

Arthurus dijo que debían ir a un lugar seguro, pero en realidad no existía tal lugar en ninguna parte de la mansión.

Además, si se llegara a un combate cuerpo a cuerpo, él sería el que estaría en mayor desventaja.

Mientras bajaban las escaleras, Arthurus miró a la persona que lo seguía de cerca, y luego pensó rápidamente en algo.

Como él ya había escrito un testamento hace mucho tiempo en caso de morir, no tenía que preocuparse de lo que sucedería con sus propiedades o empresa, pero esta mujer…

Si no sobrevive ahora, morirá junto a él.

Y si no fuera por él, ella nunca habría llegado a esta mansión aislada y sin vecinos, y nunca habría estado expuesta al riesgo de ser asesinada.

Era inaceptable que otros sufrieran daño por culpa de uno mismo.

Entonces, Arthurus tenía que encontrar una manera.

Cómo sobrevivir en una situación peligrosa en la que está rodeado sin posibilidad de moverse.

Al menos necesitan una manera de ganar algo de tiempo.

Pero ya no hay manera de superar esta situación…

No. Sólo hay un camino.

—Venga aquí.

Arthurus se giró, tomó la mano de Karen y se dirigió hacia otro camino.

Ella parecía querer preguntarle adónde iban, pero lo siguió rápidamente sin decir palabra. Al llegar a cierta dirección, él abrió la ventana con cuidado.

—¿Qué pretende hacer?

Sólo entonces surgió la pregunta preocupada de Karen.

—Quiero utilizar a los perros militares.

—¿Cómo puede abrir la cerradura de la perrera con una bala desde esta distancia…?

¡Bang bang! ¡Bang! ¡Bang!

Tan pronto como terminó de hablar, se escucharon disparos uno tras otro.

Y para consternación de Karen, Arthurus le acertó a las tres puertas de la perrera.

Los perros, que habían estado ladrando, percibieron que algo andaba mal en el ya ruidoso tiroteo y comenzaron a correr todos a la vez tan pronto como se abrieron las puertas.

Al ya servir previamente en el ejército, podrán detectar a extraños que entren a su hogar.

—Los perros podrían morir.

—No podemos salvar a los perros y morir nosotros.

—Eso es… Eso es cierto.

Karen asintió, pero su expresión era oscura, a diferencia de sus palabras.

¡Guau! ¡Guau!

Se oyó desde algún lugar el ladrido de un perro.

Arthurus sintió pena por Karen, pero no tenía el lujo de cuidarla y tratar de apaciguarla.

—Vamos a escondernos.

—¿En dónde?

—Donde sea.

Se oía el ladrido y la carrera de los perros por todas partes. A pesar de su nerviosismo, Arthurus le dedicó a Karen una sonrisa juguetona. No sabía si era para aliviar su propia tensión o para animarla.

Pero por alguna razón, Karen no pudo devolverle la sonrisa.

¡Hñii-hñii!

Porque desde lejos se oyó el gimoteo de un perro.

(Becky: Tmre, ya no quiero traducir esto T.T)

 

* * *

 

Los soldados de Kustia desplegados para la operación de asesinato entraron al jardín de la casa del mayor Skyborough en perfecto orden.

¡Guau, guau!

Al mismo tiempo aparecieron varios perros militares.

Mientras un equipo entraba a la mansión, el otro se quedó para contener a los animales.

Pero no solo eran los soldados de Kustia los que disparaban. Balas salían disparadas de algún lugar e impactaban en las cabezas del equipo de asesinos que contenía a los perros militares.

Era obvio de quién venían esos disparos.

Debe ser ese maldito Arthurus. Los ojos de los soldados de Kustia brillaron con veneno. Si bien Arthurus era un héroe en Gloretta, era odiado en Kustia.

El equipo de asesinos, después de confirmar la muerte del último perro que se retorcía en el suelo, también comenzó a ingresar a la mansión.

(Becky: Sin palabras… Yo estaba bien antes de empezar a traducir este capítulo. Con su permiso, me largo a llorar).

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