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El lugar donde se quebró la rosa dorada - Capítulo 33

Capítulo 33

 

 

 

Mientras tanto, el equipo que entró primero estaba buscando a su objetivo por toda la mansión.

Uno de ellos se escondió tras la pared y caminó por el pasillo del segundo piso donde se habían oído los disparos, revisando cada habitación en busca de objetivos. En poco tiempo, todos los miembros del equipo se habían reunido en esa planta.

Pero incluso en la última habitación, al final, no había señales de vida, y mucho menos de personas.

A la orden de su comandante, dos soldados se situaron frente a la cama y el armario respectivamente.

Uno de ellos abrió la puerta del armario, pero no había nadie dentro. El otro soldado, que estaba de pie frente a la cama, intentó mirar debajo.

¡Bang!

La bala vino de una dirección completamente diferente.

Arthurus se había escondido en el hueco entre el armario alto y el techo, descendió con una agilidad que no correspondía a su gran estatura y complexión, y disparó y mató a dos personas con precisión. El soldado que estaba frente a la cama también intentó devolver el disparo, pero cayó al ser agarrado por el tobillo desde atrás.

Karen, escondida debajo de la cama, intentó derribarlo y quitarle el arma. Sin embargo, no había forma de que un soldado entrenado entregue su arma fácilmente. En cambio, fue sometida con facilidad.

El comandante apuntó su arma hacia Arthurus.

Habían conseguido aguantar, pero como era de esperarse, acabaron en una crisis.

¡GUAU!

En ese momento, se oyó de nuevo el ladrido de un perro. Los invasores, conscientes de la molestia que representaban esas bestias, se giraron hacia el lugar con los nervios de punta.

Arthurus aprovechó para ejecutar al comandante.

—¡Haah!

Al mismo tiempo, pateó al soldado que sujetaba a Karen.

Tal vez porque Karen estaba sometida, Arthurus perdió la concentración y su bala sólo alcanzó el hombro del comandante en lugar de su punto vital.

—¿Estás bien?

—¡D-detrás…!

¡Maldita sea…!

Por un instante, olvidó que no era momento de preocuparse por ella. Arthurus miró hacia atrás con urgencia. El comandante, con el hombro herido, estaba apoyado contra la pared, apuntándole. Arthurus intentó apuntar también, pero era demasiado tarde.

¡Bang!

Se oyó otro disparo.

—…

La muerte estuvo frente a sus ojos, pero pasó de largo.

—Ha, ha…

La mirada de Arthurus se volvió hacia la mujer que respiraba con dificultad detrás de él.

Las manos de Karen temblaban violentamente mientras sostenía el arma.

En lugar de asegurarse de que estaba bien como  antes, Arthurus bajó el arma que sostenía y apuntó a otro soldado que intentaba levantarse.

Se oyó otro disparo y el soldado al que Karen le había arrebatado el arma comenzó a sangrar.

—¡Ah, ah…!

En lugar de gritar, Karen se mordía el labio inferior con fuerza. Los temblores que comenzaron en sus manos se extendieron por todo su cuerpo, como si las secuelas de disparar y matar a alguien fueran a desaparecer.

Estaba paralizada y con el arma en alto, apenas podía respirar. Arthurus se acercó lentamente y bajó sus manos.

Karen tembló cuando sus manos pálidas quedaron envueltas en calor.

—Shhh,

Arthurus la tranquilizó como a un gato callejero, como si estuviera en un lugar muy seguro; como si no hubieran soldados que podrían venir corriendo a matarlos en cualquier momento.

En la cabeza de Karen, las cosas que quería borrar se iban desarrollando una tras otra.

Sangre humana, gritos, la sensación de un arma…

Era difícil describir con palabras ese sentimiento que se tiene cuando alguien muere por tus manos…

—N-no pude evitarlo… Si no hubiera disparado, habrías muerto…

Cuando Karen supo que estaban rodeados de soldados enemigos infiltrados en la zona, ya tenía el presentimiento de que iba a tener que disparar.

Pero aunque ya lo esperaba, el shock no fue menor.

—Y-yo no quise matar a nadie…

La mano cálida que sostenía suavemente las manos femeninas se apretó.

—Karen.

La voz era suave pero firme.

—Levanta la cabeza.

Fue una orden dada en voz baja. Karen apenas pudo recobrar el sentido y levantar la cabeza.

—Era inevitable.

—…

—No es tu culpa.

Arthurus bajó cuidadosamente la mano de Karen que sostenía el arma sobre su muslo y ahuecó el pálido rostro.

—Ahora mismo lo único que tienes que pensar es en sobrevivir.

Por muy bonitas que fueran sus palabras, el hecho de haber matado a alguien no cambiaba. Pero aun así, ella quería creerle cuando decía que no era su culpa.

Además, quería vivir.

Todavía había tantas cosas que quería hacer.

Karen asintió lentamente. Arthurus comprobó que sus manos habían dejado de temblar y la ayudó a levantarse.

Pero ya parecía demasiado tarde para moverse. Desde el pasillo se oyeron pasos al unísono.

Salir al pasillo así significaba un enfrentamiento frontal.

—¿Q-qué hacemos…?

Los profundos ojos azules eran tan profundos como un abismo.

Por un momento se enfocaron en ella, como si estuviera reflexionando sobre algo sobre ella.

—¿Qué está pensando?

—¿Tiene buena resistencia?

—¿T-tal vez?

Ante su respuesta incierta, Arthur dejó de lado las cortesías y la agarró del brazo sin permiso. Luego, la manoseó bruscamente.

—¿¡Q-qué está haciendo?!

—Los músculos de tus brazos son bastante firmes.

La mirada de Arthurus se volvió silenciosamente hacia la ventana. Karen hizo lo mismo.

|De ninguna manera…|

Ella lo miró con ojos dudosos.

Como era de esperarse, sus suposiciones se hicieron realidad en la boca masculina.

—¿Puede moverse mientras está colgada del alféizar de la ventana?

Ella quería decir que no quería, que no podía hacerlo.

Pero también sabía que no había otra salida.

Dejó escapar un profundo suspiro y luego asintió obedientemente.

—Aunque no pueda, tengo que hacerlo.

—Esa es una gran actitud.

Arthurus rió levemente, pero Karen no le devolvió la risa.

Después, él abrió la ventana, comprobó que no hubiera soldados en el jardín y se asomó con cuidado, apoyando los pies en el alféizar. Karen también lo siguió con gran dificultad y se paró en el alféizar, manteniendo el equilibrio.

La ventana era tan grande como una persona, así que era posible colgarse del marco y aún así pasar una pierna por encima. El problema era el moverse precariamente mientras se colgaban.

Aunque había sido dado de baja hacía mucho tiempo, después de terminar la guerra, Arthurus seguía entrenando con regularidad. Por otro lado, Karen, una bailarina común y corriente, era inevitable que fuera más fuerte que Arthurus.

Él se movió desde el alféizar de la ventana donde estaba parado hacia el alféizar de la ventana de la otra habitación, abriendo una pierna y un brazo lo más que podía.

Esta vez le tocó a Karen. Pero por mucho que estirara los brazos, no podía alcanzar el alféizar de la ventana de la habitación contigua.

Incapaz de seguir mirando, Arthurus le extendió una mano.

—¡Está bien, no tengas miedo y simplemente hazlo!

—¡Me voy a caer!

Ante el grito asustado de Karen, Arthurus pareció perderse en sus pensamientos por un momento y luego preguntó.

—¿…Prefieres que te disparen y te maten en vez de caer?

—¡Eso no es lo que quise decir!

Karen meneó la cabeza con horror.

Entonces, aunque sabía mejor que nadie que esa no era la situación, Arthurus se rió como un niño travieso.

—Está bien, Karen.

—¡Qué está bien!

—Tengo un buen presentimiento. De alguna manera, ambos…

Van a sobrevivir.

Él no pronunció esas las últimas palabras en voz alta porque sabía que eran esperanzas infundadas. Pero una vana esperanza estaba surgiendo.

Por alguna razón, sentía que podría sobrevivir si estaba con ella. Y quería hacerlo.

Al observar la apariencia irritada y asustada de Karen, parecía que todavía había muchas cosas en el mundo que ella desconocía.

Es muy divertido aprender algo que no sabes. Arthurus llevaba mucho tiempo deseando experimentar esa sensación.

Cuando se inclinó y extendió el brazo hacia Karen, ella tomó su mano con vacilación.

Y corrió hacia el alféizar de la habitación contigua, donde sus brazos y piernas no alcanzaban por mucho que se estirara. Sus pies casi tocaron el alféizar donde Arthurus estaba de pie.

Literalmente, casi lo tocaron.

—¡Karen!

La punta de su zapato tocó el marco de la ventana y luego resbaló, haciendo que el cuerpo de Karen se estrelle contra la superficie.

—¡Haaa…!

Afortunadamente, Arthurus pudo levantarla con gran fuerza.

Karen luchó por menos de un segundo antes de lograr poner sus pies en el alféizar de la ventana.

Si hubiera salido mal, ambos se habrían caído. O tal vez el omóplato de Karen se habría dislocado por la fuerza del tirón del Arthurus.

Pero afortunadamente ambos escenarios no sucedieron.

Se trasladaron a la habitación contigua y bajaron las escaleras para evitar los ojos de los soldados de Kustia. Sin embargo, se sobresaltaron por el ruido de gente que venía de arriba y terminaron metiéndose en la última habitación.

Era la habitación de cierta perrita llamada Haepi, que tenía una pata herida, y sus seis cachorros.

(Becky: Por favor, que nada les pase).

—Quédate pegada a mi espalda así…

Iba a decirle que le siguiera.

Eso fue hasta que el gentil Haepi comenzó a ladrar y aullar.

Ya sensible al estruendo del tiroteo y a los gimoteos de los otros perros militares moribundos, el animal les ladró con cautela al verles entrar. Era natural que esté en alerta por sus cachorros.

—…Maldita sea.

Arthurus maldijo en voz baja. Era evidente que los soldados de arriba percibirían algo sospechoso y bajarían.

—Karen, hay que salir de aquí ahora mismo…

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