Esta vez tampoco pudo terminar lo que iba a decir. No era que Haepi estuviera haciendo algo extraordinario. Era nada menos que Karen quien lo había dejado sin palabras.
Había volcado una caja de comida y juguetes para perros y estaba metiendo a los cachorros dentro. Haepi desconfiaba de ella, pero no la mordió; en cambio, daba vueltas a su alrededor con ansiedad.
—¿Qué está haciendo ahora?
—Los soldados vendrán aquí. Entonces matarán a los cachorros…
—Haa…
Arthurus interrumpió el discurso frustrado de Karen con un profundo suspiro.
—Parece que has olvidado que los distrajimos con los otros perros y aún no han muerto.
—Pero son tan pequeños, y además…
—¿Está bien sacrificar perros adultos, pero no cachorros?
Karen no pudo refutar nada, como si tuviera la garganta obstruida por piedras.
Él estaba en lo cierto.
Era contradictorio soltar a propósito a los perros adultos para atraer a los enemigos y luego intentar salvar a los pequeños.
Pero si las cosas seguían así, los cachorros seguramente serían asesinados a tiros sin siquiera tener posibilidad de escapar.
Desatendidos, usados y abandonados.
Como ella misma.
Un recuerdo cruzó su mente en ese instante, y sintió la garganta dolorida y congestionada como si hubiera tragado fuego. Negó lentamente. No. Tal vez fuera la tontería de proyectarse en un animal que vive ese tipo de vida.
Karen no podía morir aquí. Tenía que vivir. Tenía una razón para hacerlo.
Rápidamente relajó su agarre y dejó la caja.
Arthurus se sintió aliviado al verla hacerlo. Le preocupaba que ella mostrara una terquedad inútil en una situación de vida o muerte.
Pero en el momento en que sus ojos se encontraron con los de Karen mientras ella dejaba la caja, sintió que su corazón se hundía también.
—Deberíamos irnos ya.
Los ojos de Karen estaban húmedos.
Era algo que no había visto en ella ni siquiera en los momentos de tensión cuando le perseguía un acosador. Parecía que se le saltarían las lágrimas en cualquier momento.
Así como Karen fue incapaz de tomar decisiones racionales cuando vio a los pobres cachorros, Arthurus también fue otro irracional cuando la vio al borde de las lágrimas.
—…No dudaré en abandonarlos si la situación lo exige.
Al final acabó permitiendo una tontería.
La expresión de Karen se iluminó por un momento, como si ya hubiera escapado completamente del peligro, tardíamente entendió el significado de esas palabras.
Arthurus se apoyó contra la pared y le lanzó una mirada. Karen también se apoyó en la pared frente a él, con la puerta de por medio.
Después de eso, él abrió la puerta con tensión.
Todavía no había nadie en el pasillo.
Salió primero con cautela, seguido por Karen, con la caja de cachorros, y Haepi. Se oyó un leve ruido procedente del piso de arriba.
Karen y Arthurus bajaron las escaleras; sus pasos eran aún más silenciosos.
Entonces, cuando Haepi estaba a punto de bajar las escaleras cojeando sobre su pierna, dio un paso en falso.
El sonido de la perrita rodando por las escaleras fue seguido por el sonido de pasos agitados subiendo.
—¡Su excelencia, Haepi…!
Haepi se levantó gimiendo y ladrando arriba. Sin embargo, antes de que pudiera ladrar unas cuantas veces para advertirles de los intrusos, se desplomó con un pequeño agujero en el cuello.
Los ojos sangrantes de Haepi gradualmente perdieron el foco.
(Becky: NOOOOOOOOOOO).
Mientras se movía, casi siendo arrastrada por la mano de Arthurus, Karen continuó observando la escena.
Fue tan horrible y cruel que no podía darse vuelta.
El vago temor de que algún día ella terminaría así también hizo que se quedara mirando al inocente animal morir.
Mientras bajaban las escaleras, el ejército de Kustia los apuntó con sus armas, pero afortunadamente fallaron.
Arthurus la condujo al almacén subterráneo y cerró la puerta.
Podrían haber salido corriendo al jardín, pero hacerlo significaba exponerse a un ataque abierto.
El problema es que ahora estaban atrapados en un callejón sin salida llamado sótano.
No había ventanas en el lugar. Si alguien traspasaba esa puerta delgada, una bala le impactaría inmediatamente en la cabeza.
Arthurus arrastró todo tipo de objetos pesados para bloquear la puerta.
Luego se sentó al lado de Karen, que estaba apoyada contra la pared, arrastrando su cuerpo cansado hasta allí.
—…Vamos a morir, ¿verdad?
Preguntó ella con voz tranquila y serena, esforzándose por mantener la calma.
—Tal vez.
Arthurus no mintió para consolarla.
—Lo lamento.
—¿Qué cosa?
—Si no fuera por mí, usted no habría venido a esta casa, entonces podría haber logrado sobrevivir.
—…Así es.
Karen no lo negó ni por cortesía.
—Aun así, no me arrepiento.
Acarició a los cachorros en la caja y sólo dijo la verdad.
—Tuve muchas experiencias nuevas después de conocerlo, su excelencia. Fue uno de los momentos más agradables de mi vida.
—Supongo que olvida que se lastimó mientras intentaba salvar a mi abuelo y no pudo continuar en los escenarios gracias a ello.
Por alguna razón, ella simplemente sonrió suavemente ante las palabras sarcásticas de Arthurus, quien tenía una expresión malhumorada en su rostro.
En medio de todo esto, él le dio una mirada al rostro sonriente de Karen, luego al cachorro que acariciaba con sus manos blancas y luego volvió a mirar el rostro femenino.
—No se tome demasiado en serio la muerte de los perros.
—….
—Como sabe, en la guerra se pierde toda clase de vida, ya sea humana o animal. Si recuerda todas esas muertes, será difícil vivir.
—….
—No sé si saldremos vivos de esto.
A veces, tuvo que esconderse detrás de los cadáveres de sus compañeros para usarlos como escudos antibalas, y huir pisando los cadáveres esparcidos en el suelo.
Lo que Arthurus aprendió a lo largo del camino fue que si quería permanecer cuerdo, tenía que destruir los órganos emocionales de la culpa y la tristeza.
Vivió su vida reprimiendo las emociones que sentía en su corazón.
Las acciones del día, con el mayor Skyborough y los queridos perros militares de su esposa, surgieron de experiencias similares. Sentirse culpable por acciones para sobrevivir no cambiará nada, por lo que actuaba con aún más frialdad.
—Si llegamos a sobrevivir.
Sentados uno al lado del otro, con los hombros tocándose y provocándole cosquilleos.
|Sentirme así cuando estoy a punto de morir, definitivamente no estoy en mi sano juicio.|
Aunque se burlaba de sí mismo, Arthurus abrigaba una leve esperanza. Así como Karen había dicho que se alegraba de conocerlo, él también había pasado muchos momentos agradables después de conocerla.
Poco a poco, el color comenzó a aparecer en su vida; otrora libre*, era blanco y negro.
(Becky: Otrora libre significa “en otro tiempo libre o en un tiempo pasado ”).
Debe ser por eso que quería vivir.
Pero, por otro lado, pensó que, aunque sobrevivieran hoy, no había garantía de que algo así no volviera a ocurrir. Entonces, ¿era correcto tenerla a su lado?
—¿Si sobrevivimos?
Karen lo interrumpió.
Mirando esos pálidos ojos dorados, él abrió la boca nuevamente.
—Entonces, nosotros…
¡Boom!
Ante el ruido que venía del exterior, Arthurus guardó silencio con calma. Karen se agachó, abrazando la caja. Él apuntó a la puerta con su arma.
Durante mucho tiempo se oyó afuera un fuerte alboroto y un ruido ininteligible.
Pronto la puerta traqueteó y se abrió, haciendo que los objetos apilados cayeran. Arthurus estaba a punto de apretar el gatillo.
Realmente lo hizo.
Si no hubiera tomado la decisión de desviarse en una fracción de segundo, casi habría herido al soldado de Gloretta.
—Duque Kloen, ¿se encuentra bien?
Fuera del almacén, el escuadrón de asesinos de Kustia yacían desplomados.
—Vinimos al rescate a petición del mayor Skyborough.
Arthurus, que hasta entonces había fingido estar relajado, volvió a apoyarse en la pared. Relajó todo el cuerpo y giró la cabeza hacia Karen.
Cuando sus miradas se cruzaron, Arthurus sonrió brillantemente.
—¿Qué se siente tener un novio maravilloso?
Karen pudo sonreír aliviada al verlo bromear abiertamente sobre sobrevivir.
Él fue el primero en levantarse. Sin embargo, el cuerpo de Karen estaba débil y le costó hacerlo. Cuando Arthurus le ayudó a cargar la caja de cachorros, ella logró ponerse de pie con ayuda de la pared.
—¿Puedo ayudarle?
—Estoy bien.
Cuando ella se negó, él no insistió más. Al salir del sótano escoltados por soldados, vieron los cadáveres de los asesinos esparcidos por todo el primer piso.
Como el número de enemigos era mayor de lo esperado, el mayor Skyborough estaba convencido de que si hubiera llegado incluso un poco tarde, habrían muerto.
Karen siguió a Arthurus mientras miraba los cuerpos esparcidos en el suelo.
Aunque tenían intenciones asesinas, eran personas que habían caído bajo las órdenes del país. Sus muertes tampoco la tranquilizaron. Ella intentó apartar la mirada de ellos.
Como decía Arthurus, al tomar cada muerte en los ojos y guardarla en el corazón, será difícil vivir una vida normal.
Mientras miraba obstinadamente la ancha espalda masculina como si estuviera haciendo así misma una promesa, tuvo la sensación de haber visto a alguien moviéndose…
Su mirada se dirigió rápidamente a las personas que yacían en el suelo.
|Es una sensación.|
Karen intentó caminar de nuevo.
Pero en ese momento, una mano ensangrentada, sosteniendo un arma, se giró en cierta dirección.
Los que aún respiraban intentaban completar su misión final.
—¡Arthurus!
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