《 Sabían cómo infligir dolor sin dejar rastro.
—¡Karen!
Karen, que se sostenía en la barra y hacía movimientos básicos como otras chicas de su edad, se estremeció y tembló tan pronto como la llamaron por su nombre.
—¡Tu postura es un desastre! ¡Te dije que no te inclinaras hacia adelante y que encontraras el equilibrio con las piernas abiertas!
No podía atreverse a decirle que estaba viendo mal, porque sabía que decirlo sería inútil.
—Súbete los pantalones, Luis.
El “instructor” se arremangó y se acercó a una de las paredes, sosteniendo un látigo en la mano.
En una pared estaban los rehenes de los niños que estaban siendo entrenados para mostrar su potencial.
Luis se subió a una silla, se arremangó la bota de los pantalones y se ahorcó con la cuerda que tenía atada alrededor del cuello.
El entrenador levantó el látigo.
¡Chas, chas, chas!
Cada vez que el látigo de bambú espinoso le golpeaba en las pantorrillas, las espinas rasgaban la carne que ya estaba de un rojo oscuro.
Luis lloró y gritó.
A los rehenes se les hacía sufrir en demasía, porque cuanto más lo hacían, más efectivos eran como rehenes.
Karen encontró la mirada de Luis, su rostro empapado de lágrimas.
Aunque la conversación había sido silenciosa durante mucho tiempo, Karen sintió como si su hermano le estuviera hablando con los ojos.
Hermana, ¿por qué me haces daño?
Podrías haberlo hecho mejor.
Si te fuera bien, no tendría que recibir estos golpes.
Me duele mucho.
Estoy enfermo ¿por qué tú sí estás bien?
¿Por qué no puedes hacerlo bien?
Es por ti.
Estoy sufriendo por tu culpa.
Karen ni siquiera podía apartar la mirada. Sabía que si lo hacía, el castigo para él sería aún más severo.
Aunque el dolor le estaba siendo infligido a su hermano, este proceso era para castigarla a ella.
Sabían infligir dolor sin dejar huella en las cosas maravillosas que les eran útiles. Karen sentía como si alguien le arañara el corazón con cada corte en el cuerpo de Luis.
Pero no podía confesarle estos sentimientos a su hermano, el único familiar con el que podía compartir todo.
Decirle a alguien que estaba siendo castigado por su culpa, atreverse a decirle que ella también lo estaba pasando mal…
Era desvergonzado.
Solo se disculpó una o dos veces. Luis, quien antes le había dicho que no había problema cuando ella le pedía perdón, ahora no respondía sus disculpas.
Hacerlo sólo alimentaba el resentimiento en su hermano. Nunca más pudo disculparse con él por eso.
Pero si se le permitía, Karen hubiera querido gritar.
Lo siento. Lo siento mucho. Lo siento, Luis…》
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