Karen recobró el sentido cuando las gotas de lluvia empezaron a golpear la ventana.
A medida que el sonido de la lluvia se hacía más fuerte, sintió que su cuerpo se ponía rígido. No era que no le gustara la lluvia. El suave sonido de la lluvia puede ser una buena canción de cuna.
Pero la lluvia torrencial…
¡KRAKABOOM-!
Viene acompañada del sonido de los truenos.
Mientras el cielo retumbaba, ella se quedó inmovilizada. Solo después de unos segundos se dio cuenta de que no podía respirar.
Los truenos le recordaron aquellos días.
Saltaban chispas y la tierra explotaba por todas partes, y la imagen de gente herida o muerta en aquel caótico infierno todavía estaba vívida en su mente.
En una noche tranquila, en la acogedora mansión, el miedo a la guerra se apoderó de Karen.
No podía pensar ni emitir juicio. Bajo miedo extremo, la gente sigue sus instintos. De repente, se levantó y se dirigió a la habitación contigua. Como si pensara que ese era el lugar más seguro.
Abrió la puerta sin llamar, porque ni siquiera podía pensar en ser educada.
—…¿Karen?
El rostro masculino, normalmente frío y sin expresión, estaba teñido de confusión.
Era ese rostro. Incluso durante la guerra, mirarlo le daba paz.
Ella dio un paso adelante y lo abrazó, aunque sabía que él jamás la protegería si supiera toda la verdad. Todavía tenía la venda por la herida de bala, pero su prioridad era apaciguar sus miedos.
Estaba en un abrazo firme, cálido y con un aroma agradable. Karen se aferró a la cintura ajena con ambas manos, frotando su rostro contra el pecho mientras intentaba calmarse.
Que lo estaba engañando.
Que tiene un pasado en el que él fue lastimado por su culpa.
Que hay una traición planeada hacia él.
Dejó ir toda la culpa que sentía por ello y se aferró a él con todas sus fuerzas.
Desde la perspectiva de Arthurus, debía ser toda una sorpresa que una mujer poco cómoda con él lo abrazara de repente.
—Este tipo de tentación es tremenda.
Aunque debió haber notado el temblor en el cuerpo de la mujer, Arthurus le susurró con su característica voz baja y juguetona.
—En horas tardías, pasada la medianoche.
—…
—Demasiado evidente el porqué viniste al dormitorio del hombre que se te confesó.
—…
—Y además vestida así…
Arthurus la agarró por los hombros y la apartó suavemente, luego recorrió lentamente con la mirada el cuerpo femenino, desde su rostro hasta los tobillos.
—Con un atuendo muy delicado.
En otras palabras, con una camisola muy fina.
A diferencia de los viejos tiempos, cuando las camisolas dejaban completamente al descubierto el cuerpo desnudo, las camisolas de actuales ya tenían forma de prenda, pero seguían estando hechas de tela blanca fina por lo que la silueta del cuerpo no quedaba completamente oculta.
La Karen de siempre se habría sonrojado ante su broma. Pero, aterrada, no tenía tiempo para preocuparse por la vergüenza.
¡KRAKABOOM-!
Fue por los truenos y relámpagos, otra vez.
Entonces se aferró nuevamente a los brazos de Arthurus.
Él rodeó su hombro con una mano y con la otra abrió el cajón bajo la mesita de noche. Era para esconder la pistola. Sin saber sabía que era ella la que iba entrar por la puerta, había sacado la pistola de debajo de su almohada y la sostuvo inconscientemente.
La mujer que temblaba en sus brazos no parecía darse cuenta de que él tenía una pistola ni de que la acababa de guardar en el cajón.
En el silencio, lo único que se oía claro era el sonido de la lluvia y los truenos.
Le acarició la nuca, cubierta con la cabellera atada en un solo nudo, mientras esperaba a que se calmara. De hecho, podría haberle acariciado simplemente la cabeza o la espalda…
El delgado cuello blanquecino, como una rama de árbol seca, parecía particularmente frágil y lo alcanzó por instinto.
Pero por mucho que esperara, ella temblaba y se hundía más profundamente en su abrazo cada vez que caían truenos y relámpagos.
Por más que bromeó y esperó, no hubo señales de mejora.
Arthurus intentó apartarla por un momento, pero Karen lloriqueó como una niña y se negó a dejar sus brazos ni siquiera un instante.
Sabe que no es de buena educación tener ciertos pensamientos por una mujer que está ansiosa, pero…
Como ambos llevaban pijamas finos, las partes de los cuerpos que se rozaban se sentían con mucha claridad. El aspecto sudoroso de Karen no era algo para tomarse a broma, menos para el hombre que la consideraba especial.
Tras pensarlo un momento, Arthurus la rodeó con los brazos en los muslos y la cintura. Luego, al levantarla, Karen rodeó la cintura ajena con sus piernas, mientras flotaba en el aire.
Sosteniéndola en sus brazos, se acercó a la ventana, corrió las cortinas para bloquear los rayos y se acercó al gramófono, colocando la aguja en el disco.
Una dulce melodía de jazz empezó a fluir en la habitación, al menos lo suficiente para cubrir los truenos.
El temblor del frágil cuerpo, aferrado con desesperación a él, comenzó a disminuir. La respiración, agitada y sollozante, se volvió más regular. Él la sujetó por los muslos y le acarició suavemente el cabello.
—Acabo de descubrir que mi querida señorita Karen es una niña que no puede dormir sola en los días lluviosos.
—No me moleste…
Sólo entonces, cuando escuchó el murmullo en respuesta a su burla, Arthurus pudo sonreír y relajarse.
Ella habló despacio, con su rostro todavía enterrado en el hombro ajeno.
—El sonido del trueno… no me gusta porque se parece.
—¿A qué se parece?
—…A las explosiones.
—…
La mano acariciando la hermosa cabellera rubia se detuvo en las puntas.
—Sigue viniendo a mi mente…
Un estruendo enorme en un día lluvioso.
Cuando las bombas explotaban en el campo de batalla, la gente quedaba destrozada como muñecas de papel.
—Y tú… ¿Estás bien con eso…?
Karen, que siempre lo llamaba o se refería a él como «duque» recordándole la diferencia de estatus, usó el término «tú» por primera vez para dirigirse a él. Y Arthurus no iba a señalarlo. Él mismo esperaba que Karen se sintiera un poco más cómoda con él.
Sin embargo, aquella pregunta hizo que se hundiera profundamente en el pasado.
Tampoco fue capaz de dormir durante mucho tiempo después del fin de la guerra. Se obsesionó tanto con el trabajo dormirse por cansancio. Tenía la costumbre de dormir con una pistola debajo de la almohada incluso antes de alistarse en el ejército, pero la situación empeoró después de la guerra.
Arthurus miró el cajón de la mesita de noche donde había guardado el arma sin que Karen lo supiera, y dio una respuesta tardía.
—No lo estoy.
—…
—Nunca lo he estado. Es solo que…
Luego se sentó en la cama, la agarró por los hombros, apartó su cuerpo y la miró a los ojos.
—Poco a poco puede volverse monótono.
En los brazos de Arthurus, escuchando su voz en lugar del trueno.
Karen pudo regresar lentamente al presente desde los horrores del pasado.
Él secó con suavidad y cariño las lágrimas que se acumulaban en las comisuras de los ojos femeninos. Manos grandes y callosas se volvieron cautelosas al tratarla.
—¿Te sientes un poco mejor ahora?
—…Sí.
—Entonces deberías bajarte ya
Su mano aún no se apartaba del rostro de Karen, acariciando las manchas de lágrimas secas en su mejilla.
—Soy indefenso ante semejante estimulación.
Se refería a la postura de tenerla sentada sobre sus muslos y a la fina camisola que dejaba ver la silueta de su cuerpo tras la luz. También era una broma para animar el ambiente.
Pero Karen no se sonrojó ni se movió como él había esperado.
Ella tomó con ambas manos la mano que le acariciaba la mejilla y se la frotó. Al ver cómo se dilataban las pupilas de Arthurus, Karen sacó a relucir un tema ajeno a la conversación actual.
(Becky: OMG, ¿será que se viene el sin respeto? Pero esta novela no es +18 T.T).
—Aún no ha respondido a mi pregunta.
—¿Pregunta?
—Su primer amor. ¿De verdad se ha olvidado de ella?
Los ojos de Arthurus temblaron levemente. Los cerró un momento.
En la mente de Karen, la ansiedad y la anticipación estaban extrañamente mezcladas.
¿Qué es lo que espera con ilusión y qué es lo que le preocupa?
En algún momento se había vuelto incapaz de reconocer sus propios sentimientos, se sentía acalorada y nerviosa cada vez que eso sucedía. Hacía mucho tiempo que no reflexionaba sobre sus propios sentimientos porque quería sentirse menos miserable, así que ahora, aunque eran suyos, no los sentía como propios.
—La olvidé.
Sólo entonces lo supo, ya que Arthurus todavía tenía los ojos cerrados mientras respondía.
Tenía angustia por haber sido olvidada de verdad.
Esperaba que todavía la recordara.
Arthurus finalmente abrió los ojos, alzando sus largas pestañas, y respondió de nuevo, mirando al vacío en lugar de ella.
—Es sólo una vieja pesadilla.
Si iba a ser una pesadilla, habría sido agradable que fuera una pesadilla que nunca olvidaría.
Le gustaba el consuelo suyo. Y su cariño. Y su amor.
Le gustaba tanto que quiso ser codiciosa.
|Deseo que me quieras más.|
Fue su deseo, no como espía de Kustia, sino como una persona común y corriente.
Arthurus, quiero que me ames.
Aunque vuelva a ser una pesadilla en lugar de un dulce sueño, quiere que nunca la olvide.
—Arthur.
Al oír la suave voz que la llamaba por su apodo, Arthurus, perdido en sus recuerdos del pasado, la miró a los ojos. Karen le acarició la mejilla.
Igualmente, nada cambiaría. Seguía en una posición en la que tenía que usarlo y traicionarlo. Esa mirada cariñosa se convertiría en desprecio.
Sabiendo que el futuro no estaba lejos, al menos por ahora, quería actuar como le diera la gana.
—Espero que no me olvides.
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