《 Su madre, de pie sola en el campo de nieve blanca, se veía tan bella y espléndida como miserable y patética.
Arthurus la observó mientras era golpeada por la nieve que caía, ajeno al frío que hacía, e intentó acercarse con cautela. Hacía demasiado frío para estar afuera. Antes de que la ya frágil salud de su madre empeorara aún más…
Pero el sonido de pasos sobre la nieve se adelantó a los movimientos de Arthurus.
Aquellas botas avanzaban con seguridad sobre la espesa nieve.
Antes de darse cuenta, su padre estaba parado frente a su madre, sosteniendo una caja de regalo con las manos descubiertas de guantes y enrojecidas.
Aunque no podía oír bien por la distancia, parecía que conversaban. Fue entonces cuando la vista de Arthurus se sintió atraída por la escena.
La campana que marca la hora sonó.
Solo entonces su madre sonrió y abrazó a esposo. Como si su sola existencia fuera el mayor regalo de todos.
Era una vista muy hermosa. Pero a Arthurus le pareció extraña la visión de verlos abrazados.
La forma en que se ignoran, se lastiman y luego se vuelven a abrazar.
Para el niño, era simplemente confuso y aterrador.
Sin embargo, esa extraña pero hermosa visión no duró mucho. Las dos personas que al principio parecían cariñosas volvieron a su aspecto habitual: un padre enojado y una madre sollozante.
Arthurus se acercó a ellos con pasos apagados.
Ira, tristeza y quizás incluso cariño. Las dos personas, mirándose fijamente con una mezcla de emociones, ignoraban por completo la llegada de su hijo.
—Tu padre me dijo que hiciera el servicio militar correctamente y luego renunciara.
Luther, que normalmente expresaba su enojo ignorando silenciosamente a su esposa, estaba diferente ese día.
—Dijo que no era digno de un noble y me dijo que renunciara por el bien de Arthurus. ¿Piensas igual?
—Yo… no lo sabía. Pensar que mi padre diría algo así…
—Invierte en el nombre de mi familia para expandir su negocio, ¡y ahora me insulta y me desprecia porque paga mis deudas!
—No pienses así. Mi padre te considera su hijo.
—¿Hijo?
—Mi padre es un hombre que siempre quiso tener un hijo, así que te considera como uno…
Amelia no pudo terminar sus palabras. Pareció darse cuenta demasiado tarde de que esas palabras no eran más que un engaño para ambas partes.
—Lo sabes todo, pero te haces de la vista gorda.
—…
—Tu padre nunca me trató como a un hijo.
Aquellos ojos inyectados en sangre se volvieron hacia su esposa.
—No sabré acaso que sólo soy un semental que le ayudó a tener un nieto que sí es un hijo para él.
—¡Luther…!
—Lo mismo aplica para ti.
Cuando era niño, Arthurus no entendía a su padre.
¿Por qué descargaba su enojo contra el abuelo en su madre?
El padre que él conocía no era una persona cobarde que descargara su ira en las personas equivocadas.
—Siempre te pones del lado de tu padre, intentas explicar y convencerme, pero nunca te pusiste de mi lado.
Pero en el momento en que Arthurus escuchó esas palabras, sintió que entendía un poco por qué su padre estaba enojado con su madre.
—Ya no eres “Cullen”, eres “Kloen”.
—Luther…
—No eres solo la hija de Jude Cullen…
Las emociones que habían estado reprimidas dentro de su padre salieron como una explosión.
—¡Eres mi familia, eres mi esposa, y aún así…!
Parecía querer decir algo más, pero pronto se dio la vuelta con la boca bien cerrada.
Era bastante evidente hacia los brazos de quien se iba.
—¡No te vayas…!
Su madre nunca había impedido que su esposo se dirigiera al anexo, pero ese día fue diferente.
Como si se hubiera dado cuenta de que si lo perdía ese día, realmente sería el fin de todo.
***
Luther Kloen no regresó del anexo durante mucho tiempo.
Habían pasado varios días desde que iba de frente al anexo en lugar de a la casa principal después de regresar del trabajo. Sin falta, Amelia se quedaba en la terraza del segundo piso todos los días a la hora en que su esposo llegaba a casa y se quedaba esperándolo. Sin embargo, como si traicionara su espera a propósito, Luther siempre se dirigía al anexo. Sin duda, levantaba la vista y la miraba fijamente, todo apuntaba de que presumía su actuar.
Amelia no lloraba ni se aferraba a su hijo para quejarse. Simplemente se quedaba mirando el anexo donde se había metido su marido, con la esperanza de que saliera milagrosamente.
Arthurus sintió que su madre se estaba volviendo loca en silencio.
—Arthur.
Entonces la madre dejó de esperar en silencio. Era como si hubiera aceptado el hecho de que su esposo no regresaría.
—Ve a tu padre y dile que estoy enferma.
Le habló a su hijo con desesperación en su rostro, como alguien que está a punto de caerse de un acantilado después de perder la fuerza en sus manos mientras se aferra a una grieta en una roca.
—Si le dices que estoy enferma, volverá.
Inventar una enfermedad que no existe era probablemente la única solución que se le ocurrió.
De hecho, cada vez que Luther oía que Amelia estaba débil, enferma o herida, dejaba todo lo demás de lado y acudía presuroso.
El porqué envió a su hijo a propósito al anexo, en lugar de al mayordomo o a su doncella, fue probablemente porque esperaba que su esposo se ablandara al ver el rostro de su pequeño. A sabiendas de que era algo que no debía hacer.
Arthurus reprimió su reticencia a ir y se dirigió al anexo.
Hasta ahora, las imágenes de su padre y aquella mujer, imágenes que se había esforzado por no imaginar, comenzaron a dominar naturalmente su mente.
La imagen de la hermosa amante que la gente describía, y del hombre completamente embelesado por ella, le resultaba terriblemente vulgar.
Seguramente, su padre y esa mujer estarían abrazados, disfrutando juntos y burlándose del llanto de su madre.
Solo de pensarlo, Arcturus apretó inconscientemente los puños.
Pero, frente al jardín del pabellón anexo, su padre y aquella mujer…
Era exactamente lo opuesto a lo que el pequeño pensaba.
Su padre estaba envuelto en las faldas de aquella mujer, pero no parecía nada feliz. Era como si estuviera perdido en otros pensamientos.
La mujer parecía estar intentando desesperadamente llamar su atención, pero ningún esfuerzo podía capturar la mirada vacía.
—…Padre.
Arthurus llamó a su padre.
Los ojos vacíos del padre, que por costumbre miraban hacia la ventana del segundo piso del edificio principal y no respondían ni siquiera a la voz de la amante que tanto apreciaba, volvieron a la realidad al oír la voz de su hijo pequeño.
Sus ojos miraron fijamente a su hijo sin perder el rumbo, como si lo hubieran estado esperando todo el tiempo.
Sólo entonces Arthurus pudo transmitir el mensaje que su madre le había pedido.
—Madre está enferma.
Por fortuna, su padre se levantó sin dudarlo cuando escuchó que su esposa estaba enferma.
Arthurus creyó que la tristeza de su madre ahora iba a disminuir un poco, pues el único ser que podía hacerla sonreír estaba yendo a verla.
* * *
Tumbada en la cama con una bata blanca, Amelia parecía una paciente de verdad. El estrés también había contribuido a la descamación de su piel.
—Estás fingiendo.
Pero Luther supo de inmediato que no estaba realmente enferma, sin necesidad de tocarle la frente para comprobar su temperatura.
—¿Por qué mentiste así? ¿Y hasta enviaste al niño al anexo?
Para alguien que corrió de frente al edificio principal sin poder ocultar su preocupación, la actitud del momento era demasiado fría.
Arthurus no podía comprender a su padre tanto como a su madre. Todo, de la A a la Z.
Si se angustió lo suficiente como para venir corriendo cuando le dijo que su madre estaba enferma, ¿por qué la está tratando con tanta rudeza? ¿De verdad es motivo de enfado algo tan trivial como fingir una enfermedad? ¿Por qué su madre tuvo el infantilismo de fingir una enfermedad?
—Lo siento, pero no vine a verte. Solo vine a hacer las maletas.
Mentiras.
Arthurus casi había tenido que correr para seguir los rápidos y tensos pasos de su padre mientras se dirigían al edificio principal. No podía haber apresurado tanto el paso solo para empacar sus maletas.
—¡Por, yo…!
Amelia, que estaba fingiendo estar enferma en la cama, saltó de inmediato.
—¡Sabes por qué miento así!
La mano lánguida de Amelia, sujetando a su marido mientras este se giraba para empacar sus maletas, llamó la atención de Arthurus.
De verdad, de verdad…
No podía entenderlo
A veces sentía pena por su madre, pero otras veces le aburría.
Quería a su padre, pero lo odiaba.
Sentía como si cayera en un torbellino de emociones incomprensibles.
—No vayas con esa mujer.
—Suéltame.
—¿No te da vergüenza delante de nuestro hijo? ¡Hasta tuviste un bastardo con esa mujer, sinvergüenza…!
Luther sujetó con demasiada fuerza las delgadas muñecas de su esposa, al punto que parecía que se las iba a romper, y se soltó. Sin embargo, ella solo gimió de dolor y se volvió a abalanzar.
Luther la agarró por el hombro y la tiró al suelo. Ella se puso de pie tambaleándose y se aferró a las piernas de su esposo, impidiéndole moverse.
—¡No puedes ir con esa mujer, no te soltaré!
Ver a una mujer aferrarse a su esposo ya no era desgarrador ni triste. Sólo era maligno.
El esposo apartó a su esposa tranquilo. Sin embargo, Arthurus sabía que su padre simplemente estaba reprimiendo su ira y estaba a punto de estallar.
Aquella relación siempre había sido complicada, pero nunca tan física.
—Arthurus, ve arriba.
—¡Arthur, no te vayas!
Luther notó muy tarde a su hijo, quien estaba viendo a sus padres pelear. Amelia, al ver esa actitud en su esposo, lo soltó para abrazar a su hijo.》
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