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El lugar donde se quebró la rosa dorada - Capítulo 54

Episodio 54

 

 

《 —Dile a tu padre que no se vaya. ¿De acuerdo? ¡Haz algo!

—¡Qué le estás haciendo al niño!

—¡Dices eso mientras tienes un hijo bastardo!

Amelia, manteniendo a Arthurus como rehén, amenazó a su esposo.

—Si nos dejas, Arthur y yo moriremos. ¿Piensas abandonarnos a tu hijo y a mí?

—Ser madre no te da derecho a poner en juego la vida del niño.

—¡Sólo tienes que estar con nosotros!

—No seas terca, Amelia.

—¿Crees que estoy siendo terca?

Amelia dijo sollozando.

—Te lo ruego con todo lo que tengo…

—…

—No te vayas, Luther.

Amelia solo tenía a Arthurus.

Si su marido siempre hubiera sido frío, no se habría encariñado tanto con él. Pero los días buenos, que fueron pocos comparados con los malos, la hicieron renunciar incluso a su hijo.

Pero las súplicas de Amelia no llegaron a su marido. Luther le dio la espalda con mucha frialdad.

Dijo que vino a empacar, pero salió del edificio principal sin siquiera empacar. Era una excusa desde el principio, porque podría haberle pedido a los sirvientes que lo hicieran.

Sin embargo, Amelia no se dio cuenta de la mentiras de su marido, que incluso su hijo sí notó.

Sus ojos solo estaban mirando fijamente la espalda de su marido, luego se volvieron hacia Arthurus.

—Arthur, pase lo que pase, te quedarás al lado de mamá, ¿verdad?

En ese momento, Arthurus sintió que se había convertido en una mera herramienta.

Porque la mirada de su madre al mirarlo parecía estar dirigida a algún medio y no a su hijo.

Amelia sacó una pistola del cajón del dormitorio, agarró bruscamente a Arthurus por la nuca y fue tras los pasos de su esposo.

(Becky: Oh, Dios; esto empeora con cada palabra).

—¡Quédate ahí!

Arthurus fue arrastrado a voluntad de su madre sin ofrecer siquiera la más mínima resistencia.

En ese momento, ante los ojos de su madre sólo había dos personas, no tres.

Ella y un marido que la ama y la odia; excluyó a su hijo.

Sólo dos personas.

—¡Detente!

Al ver que su marido no dejaba de caminar, ella apretó el gatillo con el arma apuntando hacia el cielo.

¡Bang! 

Cuando oyó el sonido del disparo, Luther se detuvo y la miró.

Hasta entonces había fingido indiferencia, pero cuando Amelia apuntó el arma a la sien de Arthurus, sus pupilas temblaron sin piedad.

—¿Qué estás haciendo?

—Aunque yo no tenga ningún valor para ti, supongo que no es así con Arthurus. O, ¿es que por que ya tienes a tu bastardo ya no te importa?

—Baja el arma ahora mismo.

—Cuando muramos, al menos me recordarás para siempre.

—Te dije que bajes el arma.

Luther se acercó con cautela, paso a paso, extendiendo la mano para calmarla.

Pero cuando dio dos pasos más cerca, Amelia dio un paso atrás con Arthurus, de modo que estaban lo suficientemente cerca como para tocarse.

—Déjalo ir. Esto es entre tú y yo.

—No. ¿Quieres que muera y que esa mujer crie a Arthurus?

—Amelia.

Su madre alguna vez había sido dulce y cariñosa, pero ahora se había convertido en una persona que había perdido la cabeza.

Aunque Arthurus la consideraba molesta y pesada, no podía culparla.

Una situación en la que su madre le apunta  con un arma a la cabeza.

¿Realmente se puede decir que la situación actual es únicamente culpa de ella?

Él estaba dispuesto a morir con su madre si ella así lo deseaba. Desde el momento en que empezó a ser consciente de todo, al ver la relación entre sus padres, Arthurus pensó que debía estar del lado de su mamá.

(Becky: Nooo, mi niño T.T).

Pero ahora, para ella, él es sólo un medio.

No es que realmente quisiera morir con su hijo, sino que quería usarlo como rehén para capturar a su marido.

El pequeño, habiéndose convertido en una herramienta para sus padres, las personas en las que más debía confiar y amar, comenzó a perder poco a poco la voluntad de vivir.

Luther ya había acortado la distancia, agarró la muñeca de Amelia mientras sostenía el arma.

—¡Arthurus, sal de aquí!

A pesar de los gritos de su padre, él niño no tenía intención de huir. Arthurus permaneció allí como clavado al suelo, siendo empujado de un lado a otro entre sus padres mientras estos forcejeaban.》

Cuando Arthurus a veces recuerda aquellos días, a menudo siente arrepentimiento.

《 Debió haberse ido cuando su padre se lo dijo.

Si así fuera al menos no se habría empapado en la sangre de su madre.

¡Bang! 

Se oyó otro disparo y un líquido caliente le salpicó en la cara. Era sangre. Arthurus levantó la vista.

Pero más rápido que él, mamá se desplomó en el suelo. Encontró sus ojos mientras caía, con la sangre manando de su cabeza.

—¡AMELIA!

Pronto se oyó el grito de su padre.

Una madre con un arma, un padre intentando detener a su esposa. Había sido un accidente en medio de una pelea conyugal.

Al recibir un disparo en la cabeza, la mujer murió sin siquiera poder dejar su última voluntad. Arthurus observó cómo la mirada de su madre se desenfocaba gradualmente.

El niño se quedó allí y no hizo nada.

Más precisamente, era correcto decir que se había congelado en el lugar.

No podía formular un pensamiento. Los repentinos acontecimientos que ocurrieron paralizaron su mente.

Aunque el cuerpo de su madre estaba justo frente a él, no pudo aceptar su muerte.

Simplemente parpadeó y observó a su madre desangrarse y a su padre abrazándola y cubrirse en aquella sangre también.

En ese momento, no había nadie para consolar al niño que había presenciado la muerte de su madre. El padre sollozaba y gritaba mientras sostenía el cuerpo de su esposa.

Al oír el disparo, la doncella personal llegó y gritó, los sirvientes encontraron a la señora cubierta de sangre. El mayordomo, aunque tarde, intentó contener el incidente colocando a Arthurus en brazos de la niñera.

La niñera cubrió los ojos del pequeño para que no pudiera ver el cuerpo de su madre.

—¡Hay que ir al hospital ahora mismo, no, hay que preparar el funeral…!

Incluso siendo tan experimentado, el mayordomo parecía tener dificultades para reaccionar ante el repentino desastre que cayó sobre la familia ducal.

Mientras los sirvientes armaban un alboroto, la niñera intentó llevarse a Arthurus. Aquel no era lugar para que un niño pequeño se quedara.

—Arthur.

La niñera se detuvo al oír la suave voz del maestro. Las órdenes y deseos del duque Kloen, cabeza de familia, debían prevalecer sobre la protección del joven maestro.

Luther tomó la pistola que estaba en la mano de su esposa y  caminó pesadamente hacia su hijo.

Se le acercó con el rostro cansado y sin la menor vacilación, y se metió en el bolsillo la mano que no sostenía el arma. Entonces sacó el anillo de sello que simbolizaba el señorío del ducado.

—Sigue a tu abuelo. Él te protegerá, ya te considera un hijo.

Con su madre muerta e incapaz de dejar su última voluntad, su padre, vivo, hablaba como si estuviera dando su testamento.

Y los pensamientos del niño no eran una ilusión.

Al finalizar, Luther levantó la pistola mientras miraba el rostro de Arthurus, como si se lo estuviera grabando en sus ojos.

(Becky: ¿Qué es esto? ¿Un concurso para ver quién trauma más al niño?).

—¡Su excelencia!

—¡Cúbrase los ojos, joven maestro!

—El duque está…

Su padre le siguió los pasos a su madre y también recibió un disparo en la cabeza, matándose.

Sin un ápice de vacilación.

La muerte de sus padres provocó un gran dolor en Arthurus, y un shock aún mayor.

Todos los preparativos funerarios estuvieron a cargo del abuelo materno, Jude Cullen. Nadie vio a Arthurus llorar ni hablar durante el funeral.

El médico dijo que se debía a un shock psicológico y que podría ser algo temporal, así que recomendó esperar un tiempo. Tampoco olvidó la cháchara popular de la importancia de la estabilidad mental.

Pero Jude Cullen, quien perdió a su hija en un accidente repentino, no podía priorizar la seguridad de su nieto.

—Dime, Arthur. Luther Kloen, ¿ese tipo enloqueció por esa mujer y mató a mi hija?

—…

—Mató a mi hija y luego se suicidó porque no pudo con la culpa, ¿verdad?

A pesar de las advertencias del mayordomo y del médico sobre no hacer eso, Jude Cullen sentó a su nieto en una silla toda la noche, interrogándole, preguntándole, enfureciéndose y consolándole. Arthurus estaba siendo obligado a confesar como un prisionero, sin poder comer ni dormir.

Aunque no le salía la voz y cuando intentaba hablar sentía como si una piedra se le hubiera atorado en la garganta, sofocante y dolorosamente, el abuelo le presionó para que testificara sobre los crímenes de su padre.

—¿Por qué no hablas? ¿Acaso quieres encubrir los pecados de tu padre? ¡El mismo tipo, un asesino que no merece el perdón…!

—…

—No, no. El abuelo se equivocó. No quise culparte. Solo…

—…

—¡Ah, es cierto! Aunque no puedas hablar, sí puedes escribir, ¿verdad? Te traeré un bolígrafo. Solo escribe exactamente lo que recuerdas haber visto.

Sólo después de que el mayordomo, incapaz de soportar ver a Jude Cullen presionar al joven maestro, trajo a la anciana que estaba de luto por la muerte de su hija; Arthurus pudo salvarse de su abuelo por un momento.

Gracias a que la abuela sacó a rastras a su esposo, Arthurus se quedó solo, pero el niño tenía una tarea: escribir sus recuerdos de ese día.

Mientras escribía la vívida escena con el bolígrafo, todo se desarrollaba ante sus ojos como si estuviera sucediendo en ese mismo instante.

La sangre caliente de su madre goteando por su rostro, la mirada de su padre mirándolo justo antes de suicidarse…

Todas esas sensaciones volvieron a revivir.》

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