Capítulo 10 – La bendición de la diosa
—Este salón de música originalmente se utilizaba como salón de baile, así que no tiene ni escenario ni asientos para el público…
—No hay problema.
Ante la voz cautelosa de Gordon, Sierra sonrió dulcemente.
Normalmente, un salón de música tendría un escenario y asientos dispuestos para los espectadores, y en lugar de suelo de madera, el piso estaría cubierto por alfombras.
Sin embargo, el enfoque principal de este salón era el baile.
El suelo no tenía desniveles, y el sonido de los tacones resonaba al caminar.
En este lugar, seguramente se habían celebrado en numerosas ocasiones bailes y fiestas nocturnas, donde las personas se habrían dejado llevar por la música.
Este salón debió de estar lleno de momentos alegres y felices.
Pero ahora, ya no era así.
Quizá por no haber sido utilizado últimamente, el aire estaba algo polvoriento.
Y que la sala pareciera oscura, seguramente se debía a que las cortinas estaban cerradas.
(Voy a devolverle su antiguo esplendor…)
Sierra deseaba que Alfred pudiera recuperar aquellos días felices y alegres.
Había cosas que nunca volverían.
Aun así… Alfred seguía viviendo el presente, y tenía un futuro por delante.
Sierra quería verlo sonreír.
Por eso mismo… Sierra siempre sonreía.
Porque conocer a Alfred y poder estar a su lado… la hacía feliz.
Con la convicción de que el futuro también sería feliz, podía sonreír con esperanza.
Con el cariño hacia su querido esposo en el pecho, Sierra, aunque no pudiera ver, avanzó decididamente por el salón, sosteniendo su bastón.
—Señorita Sierra, ha llegado al centro del salón.
Al escuchar la voz de su doncella, que conocía bien sus movimientos, Sierra se detuvo.
Desde el momento en que puso un pie en el salón de música, tenía claro qué era lo primero que iba a hacer.
—¡Oh gran diosa del arte, Musearia! Por favor… protégeme, para que pueda crear aquí sonidos hermosos.
Arrodillándose, ofreció su plegaria con una voz clara, como si cantara.
En ese instante, el aire del salón de música cambió por completo.
La sala, que hasta hace un momento parecía oscura, se iluminó ligeramente, y hasta los sonidos más pequeños comenzaron a resonar.
Todos los sonidos se volvieron cristalinos, refinados, llegando suavemente a los oídos.
—E-esto es…
—La señorita Sierra es la cantante estrella de la Casa Kurufelt, bendecida por la diosa del arte, Musearia. La voz de la señorita Sierra… es un tesoro de este país.
A la sorprendida voz de Gordon, respondió la voz algo orgullosa de Merina.
Que el Reino de Vanzell fuera tan rico en arte, era debido a la influencia de la deidad que veneraban.
La diosa del arte, Musearia, amaba las cosas bellas.
Y se decía que aquello que Musearia amaba, recibía su bendición.
En la conocida leyenda de la fundación del Reino de Vanzell, se decía lo siguiente:
«Lariadis, el primer rey, desplegó un delicado y hermoso tejido frente a la diosa Musearia.»
—“Ofreceremos toda cosa bella… A cambio… concédenos la bendición de la diosa.”
La diosa Musearia aceptó aquel intrincado tejido, y otorgó su favor al reino.
Aquel pequeño país sin nombre… pasó a llamarse Reino de Vanzell, renaciendo bajo la bendición de Musearia.
Si bien era una leyenda, como todas, podía contener partes que no fueran completamente ciertas.
Pero… la bendición de Musearia existía.
Y Sierra… era una de sus elegidas.
Dicho esto, no eran muchos los que recibían dicha bendición.
El hecho de que el rey valorara tanto a aquellos con talento artístico… también era por querer atraer esa bendición.
Por eso, el rey Zylac apreciaba especialmente a Sierra.
—¡Señor Gordon! Gracias por traerme aquí.
Después de terminar su saludo a la diosa Musearia, Sierra se dirigió a Gordon.
—No hay de qué. Si la señorita Sierra canta… este salón de música también volverá a brillar.
Diciendo eso, Gordon regresó a sus labores.
(Ah… este ambiente… ¡es maravilloso!)
Poder estar por fin en un lugar donde podía cantar a todo pulmón después de varios días… hizo que Sierra se sintiera muy animada.
Tomó una gran bocanada de aire, y lo que salió fue una suave canción de alabanza a Musearia.
Al dejar fluir sus sentimientos por Alfred en aquella melodía, la sonrisa de Sierra surgió naturalmente.
Su corazón, lleno de amor, se desbordó en su canto.
Himnos, canciones de amor, cantos de réquiem… Sierra cantó todo lo que se le vino a la mente.
Para que sus canciones, por Alfred, también recibieran la bendición de Musearia.
Para que su corazón… pudiera sanar, aunque fuera un poco…
El salón de música… que llevaba más de diez años sin usarse…
A partir de ese día… volvió a brillar cumpliendo su verdadero propósito.
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