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El matrimonio problemático del Duque vendado - Chapter 30

Capítulo 30 – La maldición de la bruja

 

Lord Alfred abrazaba con fuerza a Sierra.

No quería volver a perder ese calor jamás.

Sierra, llorando en sus brazos, le resultaba inmensamente preciosa.

Movido por la ansiedad hasta ese momento, Lord Alfred por fin recobraba la calma al recuperarla.

El cuerpo del odioso hombre que se había atrevido a tocar a su preciada, preciada prometida —Mardial— yacía tirado en un rincón del salón de música.

Fue porque Lord Alfred, al ver a ese hombre tocando a Sierra, reaccionó con una poderosa patada impulsiva.

Como ya se había quitado los vendajes, nadie se dio cuenta de que Lord Alfred había entrado al salón de música.

Los hombres contratados por Mardial, seguramente a cambio de dinero, estaban claramente sorprendidos de que su jefe fuera derribado de repente.

Sin embargo, Lord Alfred no podía permitir que asustaran a Sierra más de lo que ya lo habían hecho, así que la encerró entre sus brazos.

Y, discretamente, cubrió sus oídos.

—No crean que todos saldrán de aquí con vida.

Una amenaza gélida surgida desde un lugar invisible.

Como si hubieran visto un fantasma, los hombres gritaron con pánico: “¡hiiieee!”

—Je, je je… ¿Será que es un hombre invisible? La maldición de la bruja… es bastante fascinante.

Mardial, sosteniéndose el abdomen mientras se levantaba, sonrió con aire confiado.

El cuerpo de Lord Alfred se tensó instintivamente.

Cabello negro peinado hacia atrás, ojos gris oscuro como serpientes, y un cuerpo esquelético.

Hasta llegar a este lugar, Lord Alfred había pensado que quien usurpaba el nombre de Mardial era otro hombre.

Pero ahora frente a él, sin lugar a dudas, estaba Mardial Beames, a quien se creía muerto.

Y aunque se suponía que no podía verlo, esos ojos grises y oscuros lo miraban directamente.

(¿Por qué sabe sobre la maldición de la bruja…?)

En general, los humanos solo creen en lo que pueden ver.

Y sin embargo, en un instante, ese hombre no solo había deducido la posibilidad de que fuera invisible, sino que además hablaba de una maldición de bruja como si fuera normal.

Incluso el extravagante Zylac no lo creyó hasta que Lord Alfred se quitó los vendajes delante de él. Entonces, ¿por qué ese hombre sonreía como si entendiera todo?

Recordó de pronto que la familia del marqués Beames no era del ámbito artístico, sino una familia de investigadores.

Y tal vez por eso, fue que desarrolló en su interior ambiciones tan oscuras.

La investigación es una labor que exige mucho tiempo y no garantiza resultados inmediatos.

Tienen vasto conocimiento, pero es difícil encontrarle aplicación.

Aunque la familia Beames era valorada, su rol solía ser discreto.

『Seguro que usted no lo comprende, joven del muy admirado y mimado linaje de la Casa Besqueler… lo que se siente al vivir siempre a la sombra de los demás, sin importar cuánto se intente. Aun así, quienes caminamos por la sombra tenemos nuestro propio orgullo. ¿Qué le pareció mi explosivo? Bien hecho, ¿no?』

Eso fue lo que dijo y rió cuando Lord Alfred fue a arrestarlo cinco años atrás.

Un hombre que se obsesionaba, envidiaba, resentía y celaba a la Casa Besqueler más que nadie.

Y luego, ante los ojos de Lord Alfred, Mardial saltó del acantilado.

—Tú sí que… sobreviviste bien.

Lord Alfred había revisado el fondo del acantilado justo después de su salto, pero era una altura de la que ningún ser humano saldría con vida.

Además, lo que había abajo era el “Bosque Maldito”, un lugar impredecible.

—He vivido pensando solo en usted.

Mardial soltó esas palabras repugnantes con una sonrisa.

La maldición de la bruja del “Bosque Maldito” responde a una voluntad poderosa.

Especialmente, a una voluntad negativa.

Si Mardial, al caer, aún respiraba… y esa voluntad fue lo suficientemente fuerte para atraer la maldición…

Al pensarlo, un escalofrío recorrió a Lord Alfred.

(¿Está vivo gracias a la maldición de la bruja…?)

No podía descartarlo como imposible.

Después de todo, él mismo existía como un hombre invisible.

—Lord Alfred, hay algo que me tiene preocupada desde hace un rato…

Sierra, que había estado temblando en sus brazos todo ese tiempo, murmuró suavemente, como si por fin se hubiera calmado.

Pero su expresión reflejaba duda, como si no supiera si debía decirlo.

Por eso, Lord Alfred le preguntó con la mayor suavidad que pudo:

—¿Qué ocurre?

—No puedo oír… el latido de su corazón.

Las palabras de Sierra negaban que el hombre ante ellos estuviera vivo.

Y al mismo tiempo, daban peso a la hipótesis que Lord Alfred acababa de plantearse.

—¿No está latiendo…?

—Sí. Pensé que era yo la que estaba mal, pero aún puedo escuchar los latidos de los demás…

Lord Alfred miró a Mardial con incredulidad.

Él seguía sonriendo.

Su aspecto era tan espeluznante que Lord Alfred abrazó con fuerza a Sierra.

Aunque no pudiera verlo, no quería que ella lo viera.

Y solo quería que escuchara sonidos bellos.

Por eso, volvió a taparle los oídos con suavidad.

—En cualquier momento, la Guardia Real llegará a este lugar. Capturaremos a cada uno de ustedes y los haremos confesarlo todo. Mardial, a ti en especial, yo mismo me encargaré de interrogarte.

Zylac, siempre perspicaz, seguramente ya había movilizado a los caballeros al notar el comportamiento inusual de Lord Alfred.

Solo tenía que asegurarse de que Sierra estuviera a salvo, y de castigar con severidad a los hombres que la habían lastimado, mientras esperaba.

Pero aun en esta situación, no podía dejarla sola.

No quería separarla de sus brazos ni un instante.

—¿La Guardia Real…? ¡Eso no lo dijeron!

—¡Esto se suponía que saldría perfecto!

Los hombres, que se habían quedado paralizados de miedo por el invisible Lord Alfred, volvieron a la realidad de golpe.

Lanzaban miradas de resentimiento a su jefe, Mardial, pero este mantenía una sonrisa serena.

(Cuando este hombre pone esa cara… es porque algo tiene preparado…)

Tenía un mal presentimiento.

Era la misma sonrisa que había visto durante la “Tragedia de la Casa Besqueler”.

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