Capítulo 10
Después de dar varias vueltas, Lion llegó al jardín y vio que Moon estaba jugando con varias doncellas dragón.
Pero la pequeña dragona no parecía muy animada.
—¡Princesa, hay que vendarse los ojos, no se puede quitar la venda!
—¡Princesa, estoy por aquí, por aquí, ven a atraparme!
—Tenga cuidado, alteza, no se vaya a caer.
Las doncellas jugaban a las escondidas con los ojos vendados junto a ella.
Tras fallar varias veces, Moon se quitó la venda con frustración, la arrojó al suelo y pateó con sus piececitos.
—¡No es divertido! ¡Ya no quiero jugar! ¡Quiero que papá y mamá jueguen conmigo!
Una doncella que parecía mayor se le acercó, se agachó y le habló con paciencia:
—Alteza, Su Majestad la Reina se esfuerza día y noche, tiene que encargarse de todos los asuntos del clan y no puede acompañarla con frecuencia. Debe ser una hija comprensiva y buena, no haga que la Reina se preocupe.
—Mmm… Moon entiende —respondió la pequeña dragona con tono lastimero.
Se agachó para recoger la venda del suelo.
—Anna, sigamos jugando.
—Qué obediente es Su Alteza —dijo Anna, la doncella mayor, y le colocó la venda de nuevo.
El juego infantil continuó.
Moon seguía fallando al atrapar a las doncellas, solo podía guiarse por los sonidos confusos para ubicarlas.
Pero sin que ella lo notara, las doncellas se callaron por completo.
Moon no se percató de esto, creyendo que era parte del juego, y siguió intentando atrapar a alguien.
—¿Anna? ¿Dónde están? ¿Por qué no hablan?
—Alteza…
Antes de que Anna pudiera decir algo, Moon atrapó a alguien.
Emocionada, se quitó la venda:
—¡Te atrapé! ¡Eres… papá! ¿Papá? ¿Por qué bajaste?
Lion se agachó despacio, le pellizcó con cariño la mejilla redonda:
—Claro que sí, vine a jugar contigo.
Al oír eso, los grandes ojos de Moon brillaron de alegría:
—¿De verdad, papá?
Lion sonrió y asintió:
—Sí, de verdad.
—¡Yupi~ papá jugará conmigo!
La pequeña dragona empezó a dar vueltas de felicidad alrededor de Lion.
Su pequeña cola giraba y pasaba frente a los ojos de Lion, pero él estaba pensando en otra cosa.
¿Por qué la Moon que vio en el pasillo se comportaba tan diferente a la de ahora?
¿Solo pasaron unos minutos y ya cambió tanto de humor?
—Moon, ¿tú estuviste en el pasillo hace rato? —preguntó Lion.
Moon se detuvo y respondió con seriedad:
—No, Moon ha estado jugando en el jardín todo el tiempo.
—Ah, ¿sí…? —dijo Lion.
—¿Pasa algo, papá?
—No, nada.
Quizás vio mal, pensó Lion.
Después de todo, apenas acaba de salir de un estado de coma, no ha descansado bien, y además fue “ordeñado” por Roswither sin tregua. Si solo tiene visión borrosa, hasta podría considerarse leve.
De hecho, que aún pueda estar de pie es un milagro.
—Por cierto, Moon, ¿quieres seguir jugando a las escondidas?
Moon hizo un puchero, pensó un momento y negó con la cabeza:
—No quiero más, Moon es torpe y nunca atrapa a nadie. Mejor juguemos… a los caballeros dragón~
Lion se sorprendió:
—¿Caballeros dragón…? ¿Cómo se juega eso?
Un minuto después.
Moon estaba sentada en los hombros de Lion, su cola descansando suavemente sobre su espalda.
Lion sostenía sus pequeños tobillos con las manos para evitar que cayera.
Moon sujetaba una ramita como si fuera una espada encantada, con una mano aferrada al cabello de Lion.
—¡Papá, al ataque~!
—¡Sí, sí, al ataque!
Lion comprendió entonces.
Los caballeros dragón no eran los que montaban dragones… sino los dragones que montaban caballeros.
Bueno.
Si es por su hija, que lo monte.
¿Acaso puede esperar que Roswither, esa madre dragón de cara dura, juegue juegos de padres con Moon?
¡Sigue soñando!
—Papá, papá, vamos con Anna, la jefa de las doncellas. Ahora es una guardia humana. ¡Si la derrotamos, recuperaremos el territorio!
Esa frase casi le revienta la espalda a Lion.
¡Vaya hija querida, cómo sabes dar en el punto débil!
¿Sabes quién es tu montura ahora mismo?
¡Estás montando al (ex) más fuerte cazador de dragones de la raza humana!
¿No podías hacer que la doncella actuara como una elfa, una bestia, o incluso una licántropa?
Lion refunfuñaba mentalmente. Esta forma de educar dragones debe ser culpa de Roswither.
Pero como le había prometido a Moon que jugaría con ella, tenía que cumplir.
Corrió con ella hacia las doncellas.
Estas colaboraban muy bien, actuaban de maravilla.
Cada vez que Moon agitaba la ramita, caían al suelo fingiendo haber sido vencidas.
Algunas incluso improvisaban frases como:
—¡Ah~ qué poderosa es la princesa dragón, me venció con un solo golpe~!
O:
—¿Será que los humanos estamos condenados a perder ante los nobles y poderosos dragones? ¡No puede ser! ¡No puede ser!
Lion: “No puede ser mis huevos = =”
Aunque tenía mil cosas que quería decir, se las tragó.
Si no podía aguantar, arruinaría su plan mayor. Primero debía cuidar bien a su hija, ganarse la confianza de Roswither, y luego encontrar el momento de escapar.
Después de una hora de juego, el cuerpo de Lion ya no daba más.
No solo eso. Su cuerpo apenas estaba recuperado, y el ejercicio leve ya le causaba mareos.
Se agachó y Moon saltó de sus hombros.
—¿Papá está cansado? —preguntó preocupada.
—Sí, un poco—
—Papá no está cansado.
Una voz vino desde el templo.
Lion y Moon miraron: era Roswither.
Estaba de pie en el balcón, observándolos con calma.
—Moon, tu papá no está cansado. Está lleno de energía, puedes seguir jugando todo lo que quieras con él —dijo con tono relajado.
—¿De verdad? ¡Qué bien! Pensé que papá ya no quería jugar.
—Papá, sigamos jugando entonces~ —dijo Moon con entusiasmo.
—…—
Lion se levantó y miró a Roswither.
Ella le devolvió una rara sonrisa.
Pero esa sonrisa… parecía la de una zorra que acaba de salirse con la suya.
—¡Roswither! —gritó Lion, como si fuera a pelear a muerte.
—¿Qué pasa?
—Tú… realmente…
Lion apretó los dientes, repasó en su mente todas las maldiciones posibles, pero al ver a la niña, solo pudo decir:
—Adorable.
Adorable, para los dragones… es un insulto. Especialmente para la Reina de los Dragones Plateados, Roswither.
Al atardecer, Lion arrastró su cuerpo exhausto de vuelta a la habitación.
Estaba tan cansado que ni siquiera tenía fuerzas para quitarse los zapatos; en cuanto entró, se fue directo al dormitorio y se desplomó sobre la cama.
Poco después, el cerrojo de la puerta sonó, y los tacones golpearon lentamente el suelo mientras alguien se acercaba.
Lion sabía que era Roswither, pero no tenía ganas de levantarse para verla.
Hoy por fin había comprendido la verdadera cara de esa madre dragón: obstinada, extrema y retorcida.
Que le pidiera cuidar de su hija, bueno, podía aceptarlo. ¿Pero que lo obligara, con el cuerpo vacío y debilitado, a pasar todo el día jugando con Moon?
Vamos, hermana.
Hace apenas dos días era un vegetal postrado en cama, ¡y ahora le exigías jugar todo el día con una pequeña dragona con la energía de un husky!
¿Es que realmente quieres que me muera de una vez?
Mientras Lion se quejaba en su mente, Roswither ya había llegado a la cama.
—¿Estás muerto? —preguntó la reina con frialdad.
Lion mantuvo los ojos cerrados, sin responder.
—Te estoy hablando. ¿Estás muerto o no?
Dicho esto, le dio una patada en la pantorrilla.
Lion movió un poco las piernas para indicar que seguía vivo.
—Muy bien, tu vitalidad es más fuerte de lo que imaginaba.
—Qué graciosa eres, Su Majestad —murmuró Lion entre dientes.
Roswither no respondió más. En cambio, se inclinó, colocó con cuidado a la dormida Moon junto a la almohada de Lion.
Lion percibió ese aroma dulce y lechoso único en la pequeña dragona. Abrió los ojos: su carita inocente estaba a solo unos centímetros de su nariz.
Moon dormía con los ojitos medio cerrados, sus puñitos ligeramente apretados. Aunque se notaba cansada, en sus labios se dibujaba una pequeña sonrisa.
—Hace mucho que no se la veía tan feliz —dijo Roswither, sentada al borde de la cama, dándoles la espalda.
La luz de la luna se colaba por la ventana, bañando suavemente la cama.
La habitación estaba en silencio, solo se oía la respiración tranquila de Moon.
Lion, acostado boca abajo, desvió lentamente su mirada de la pequeña dragona hacia la silueta de Roswither.
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