Capítulo 9 – Con un cuerpo mortal, hizo que un dragón quedara embarazada
Ni siquiera tocaron la puerta. No hacía falta pensar mucho: sin duda, era esa maldita dragona loca.
Lion retiró de inmediato la mano de la cabeza de Moon y se recostó un poco más contra el cabecero de la cama.
El sonido de tacones golpeando el suelo se fue acercando lentamente.
Roswither, vestida con ropa de diario, entró caminando despacio en la habitación.
Su largo cabello plateado, que normalmente peinaba con esmero, caía ahora suelto sobre su espalda, como una capa de plata.
El maquillaje de su rostro también era más tenue, pero no cabía duda: incluso sin arreglarse intencionadamente, Roswither seguía siendo una belleza de primera categoría.
En sus ojos de dragón plateados ya no quedaba rastro del rencor y la fiereza de la noche anterior, solo permanecía la pereza propia de una reina.
—Buenos días, madre —saludó Moon, saltando de la cama y levantando la cabeza para hablar con Roswither.
—Buenos días, Moon. ¿Hace cuánto que papá despertó?
—Recién ahora. Antes de que papá se despertara, le vendé las heridas tal como me dijiste, madre.
Roswither asintió satisfecha.
—Muy bien hecho, Moon.
Los ojos de la pequeña dragoncita se iluminaron.
—¡Gracias, madre!
Como dice el dicho: madre amorosa, padre estricto.
Pero en este peculiar “hogar”, era al revés.
Lion representaba al padre afectuoso y amable, mientras que Roswither era la figura de autoridad estricta.
Un simple elogio bastaba para que Moon se sintiera feliz.
Lion guardó en silencio esta escena en su memoria.
—Ve a jugar al patio trasero un rato, Moon.
—Mm…
Moon bajó la cabeza, jugueteando con sus cortos dedos, murmurando:
—Pero yo quería quedarme con papá…
—¿Qué dijiste? —preguntó Roswither con tono indiferente.
—¡Ah, nada! ¡Ya voy al patio! —respondió Moon apresurada, saliendo corriendo de la habitación.
Y así, solo quedaron Lion y Roswither en la habitación.
Ambos se miraron con frialdad, en silencio.
Tras más de diez segundos de tensión, fue Lion quien habló primero:
—¿No crees que eres demasiado estricta con la niña?
—Así es como los dragones educamos a nuestros hijos.
—Pero ella no es del todo dragona.
Roswither frunció el ceño.
—¿Y de quién es la culpa de que no lo sea?
Lion alzó una ceja.
—Uy, ¿te has enfadado?
Como si hubiera descubierto un punto débil, siguió provocando:
—¿Cómo iba a saber yo que con una vez bastaba para dejarte embarazada? Pero bueno, al menos la hija que salió es bastante linda, ¿no lo crees?
Los dientes de Roswither rechinaron. La languidez en sus ojos desapareció por completo, reemplazada por la misma frialdad de antes.
—Ella es un dragón, Lion. “Linda” es un insulto para un dragón.
—Entonces tú también eres bastante linda.
—… De verdad que no puedo comunicarme contigo, humano.
—Si no puedes comunicarte conmigo, ¿por qué me sigues cuidando? Mátame o échame al bosque a que me devoren los lobos. Qué cosas tan simples, ¿no?
Roswither resopló con frialdad, se giró y se sentó al borde de la cama, dándole la espalda a Lion.
—Ya lo dije. No voy a dejarte morir. Solo si estás vivo puedo seguir torturándote.
Al oírla, los ojos de Lion se contrajeron un poco. Luego respondió:
—Pero tener que ver todos los días al hombre que te quitó la virginidad… ¿no es también una forma de tortura para ti?
Roswither se encogió de hombros, indiferente.
—¿Y qué? Con tal de fastidiarte a ti, me basta.
Lion se rió como quien ya está acostumbrado al sufrimiento.
—Entonces me esforzaré por no sentirme mal, para que seas tú la que se sienta peor.
—¿Crees que le tengo miedo a eso?
—¿Ah? ¿Acaso tú crees que yo te tengo miedo a ti? Yo…
De pronto, Roswither se levantó, y Lion tragó saliva y se calló instintivamente.
Siempre que esta dragona se acercaba tanto, nunca era para algo bueno.
Pero esta vez, Roswither no lo humilló como en otras ocasiones con “relaciones forzadas”.
Fue al armario, tomó unas cuantas prendas masculinas nuevas y se las arrojó a Lion.
—Ponte eso. Ve al patio trasero y juega con Moon.
Lion miró la ropa limpia con cara de fastidio.
—Si quieres jugar con tu hija, ¿por qué no vas tú? ¿Por qué mandarme a mí?
No lo decía por capricho.
Realmente había notado algo extraño en el comportamiento de Roswither.
Como con su herida en la mano: perfectamente ella podría haberla vendado, pero se lo encargó a una niña dragona de poco más de un año.
Y ahora también: quiere pasar tiempo con su hija, pero no lo admite y lo manda a él, que apenas acaba de despertar de un coma de dos días.
No es de extrañar que los dragones crezcan tan retorcidos; con esa forma de educar, hasta un humano terminaría desequilibrado.
—¿Cómo que “tu hija”? ¿No es también tuya? —replicó Roswither.
—Yo…
Bueno, eso también era cierto.
Lion se quedó sin palabras.
—Soy la reina de los dragones de plata. No puedo andar como una simple ama de casa criando niños. Un rey tiene sus propias responsabilidades. Espero que eso lo entiendas bien, Lion.
—¿Un rey no cría niños? ¿Y acaso has visto a un cazador de dragones criando niños? —replicó Lion.
—¿Y tú, que ya fuiste montado por una dragona, sigues creyéndote un cazador de dragones?
—…
—Solo eres mi esclavo, una herramienta para canalizar mi ira. ¿Entendiste lo que dije? Si lo entendiste, ve a jugar con Moon. A ella le gusta estar contigo.
Después de decirlo tan claro, ya no quedaba margen para discutir.
Lion se levantó de la cama y se cambió de ropa.
Solo entonces se dio cuenta de que no eran prendas humanas. Por su diseño, parecían más del estilo de los dragones.
Se miró en el espejo, sintiéndose un poco incómodo.
Roswither lo notó, se acercó y empezó a acomodarle la ropa sin pedir permiso.
Lion era más alto que Roswither, así que cuando ella arreglaba el cuello de su camisa y él bajaba un poco la cabeza, sus labios rozaban por momentos los dedos de Roswither.
Esa escena trajo un recuerdo a Lion.
Cuando entrenaba con su maestro, la esposa de este siempre lo ayudaba a vestirse antes de que él saliera.
Eran una pareja muy amorosa. Su maestro, por desastroso que fuera fuera de casa, siempre fue un buen marido.
—Ya está.
La voz de Roswither interrumpió sus pensamientos. Retrocedió un paso, lo miró de arriba abajo y asintió, satisfecha.
—Listo. Puedes irte.
Lion no dijo nada y se dirigió hacia la puerta.
Roswither lo observó hasta que salió de la habitación y la puerta se cerró de un golpe.
Tras un momento de silencio, Roswither caminó hasta la ventana, inhaló lentamente y luego exhaló con calma.
Un rato después, una criatura similar a una paloma, pero de la raza de los dragones menores, voló hasta el alféizar.
—¿Un dragón mensajero?
Estas criaturas se usaban para transmitir mensajes entre razas.
En su lomo llevaba atado con una cinta roja un pequeño cilindro de bambú.
Roswither lo tomó, lo abrió y extrajo una carta.
Tras leer unas líneas, frunció el ceño levemente.
—¿Por qué mi hermana viene a visitarme justo ahora…?
Lion salió de la habitación y se dirigió por el pasillo hacia el patio trasero del santuario.
En el camino se cruzó con al menos una docena de guardias dragón.
Mucho más vigilancia que cuando intentó escabullirse ayer tras despertar.
Quedaba claro que su “escape exitoso” fue permitido intencionalmente por Roswither.
Solo quería aprovechar para llevar a Lion hasta las puertas del imperio, hacerle ver su tierra natal desde lejos, y al mismo tiempo obligarlo a soportar sus humillaciones.
Por eso Lion pensaba que Roswither era una dragona loca.
Bajo esa apariencia elegante y solemne, se escondía una sed de locura y crueldad.
Lion aceptaba su destino con resignación.
¿De entre todas las personas posibles, tenía que caer justo en manos de Roswither?
Ni podía escapar, ni podía morir. Se había convertido en la herramienta personal de desahogo de Roswither.
Y además, con tareas de niñero.
Pero tampoco se consideraba del todo vencido.
Porque Roswither tenía que pensar cómo hacer para molestarlo.
Pero Lion… no tenía que hacer nada. Solo con aparecer, ya la disgustaba.
Después de todo, en toda la historia de las dos razas —humanos y dragones—, Lion era probablemente el único mortal que había dejado embarazada a una dragona.
Tan absurdo como eso le parecía a los humanos, tan repulsivo le resultaba a Roswither.
Aun así, Lion no había abandonado su idea de escapar.
Como dijo la noche anterior: Roswither podía destruir su dignidad y orgullo, pero no su convicción como cazador de dragones.
Si se presentaba una oportunidad, sin duda huiría de ese infierno.
Mientras maquinaba su próxima fuga, dobló unos cuantos pasillos.
Al acercarse a la puerta trasera del santuario, vio al final del corredor una silueta familiar.
Un pequeño cuerpo con una larga melena negra mezclada con mechas plateadas. Una colita colgando. Vestía un conjunto elegante y delicadas medias blancas que dejaban ver la piel debajo de la falda.
Era Moon.
Lion levantó la mano para saludarla, pero enseguida notó algo extraño.
Moon no mostraba ninguna expresión. Solo lo miraba fríamente.
Como si le guardara un profundo rencor.
Aunque llevaban poco tiempo juntos, Lion recordaba bien esos ojos cálidos. Nada que ver con la frialdad de ahora.
Lion frunció los labios. ¿Se habría enojado porque él tardó en salir?
Dudó un instante, pero al final levantó la mano.
—Moon, perdón por hacerte esperar. Mamá me mandó a jugar contigo. Vamos a…
Antes de que pudiera terminar la frase, Moon salió corriendo por la puerta trasera hacia el jardín.
Lion la siguió enseguida.
Pero ya no había rastro de ella.
Se revolvió el cabello con frustración.
—Los niños son tan impredecibles… Con razón Roswither me dejó la tarea de cuidarla y se fue a descansar.
Aunque refunfuñaba, Lion se encaminó al jardín, esperando encontrarla allí.
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